Antes de que hiele
Henning Mankell
20 abril, 2006 02:00Henning Mankell. Foto: Santi Cogolludo
Al igual que los directores de serie B, Henning Mankell (Suecia, 1948) conoce su oficio. Es un perfecto artesano, pero carece de la inspiración de los grandes. Sabe caracterizar a sus personajes, no descuida ningún aspecto de la trama y mantiene la expectación hasta el final.
Nada que objetar en el aspecto policial, aunque cuesta creer que Ystad, una pequeña localidad sueca, actúe como escenario de tantos incidentes. Los conflictos paterno-filiales reflejan impecablemente la crisis de la familia tradicional, el desencuentro entre generaciones, que no han conseguido comprenderse, pese a compartir un horizonte común. A punto de incorporarse a la policía, Linda, la hija de Wallander, mantiene unas relaciones ambivalentes con sus padres. No parece que su separación le haya afectado demasiado, pero apenas les soporta. Su madre flirtea con el alcohol y Wallander transita de la negligencia a la ira. Linda discute con los dos y muchas veces no puede reprimir el desprecio. Su idilio con el inspector Stefan Lindman no resulta tan convincente. En realidad es un esbozo y habrá que esperar a nuevas entregas para averiguar si Mankell posee los recursos necesarios para recrear los matices del enamoramiento, la pasión y su declive.
Mankell escoge dos hechos reales para el inicio y el final: el suicidio masivo de los seguidores de Jim Jones (1978) y los atentados del 11-S. El último tramo de un siglo que ha conocido el horror de los campos de exterminio, pero también la liberación de la mujer. El pesimismo de Mankell es moderado. Wallander ha envejecido y ha perdido a varios amigos, pero su experiencia del fracaso y la muerte no le han convertido en un cínico. Sus lectores le quieren. Es fácil identificarse con él. Sus problemas de sobrepeso, su adicción al trabajo, su ingenio, valor y lealtad le convierten en un personaje entrañable. él es el mejor hallazgo de Mankell. Es imposible no relacionar al autor con su personaje y no presuponer que no existan muchas cosas en común entre ellos.
La novela policíaca se aproxima al periódico; dos géneros que nunca descuidan el presente. La actualidad es su inspiración. Mankell ha pretendido demostrar que el fanatismo religioso no es una enfermedad del Islam, sino la perversión de cualquier creencia. Los antiabortistas, que utilizan la violencia contra médicos, o los telepredicadores, con sus mensajes apocalípticos, no son menos peligrosos que los ulemas que invitan a la guerra santa. La literatura de Mankell está muy lejos de Chesterton o Poe, pero es un excelente testimonio de una época que, tras desprenderse de sus dioses tutelares, ha desembocado en la angustia y el nihilismo.