Novela

Mi querida Eva

Gustavo Martín Garzo

20 abril, 2006 02:00

Gustavo Martín Garzo

Lumen. Barcelona, 2006. 256 págs. 17 euros

El amor ocupa mucho lugar en la obra de Gustavo Martín Garzo. En su ya amplia narrativa aparece unas veces como motivo destacado y con frecuencia es asunto complementario, pero importante, de otro principal, o más destacado.

Algún título suyo podría acercarse a Mi querida Eva por su interés intrínseco en abordar tan inagotable asunto, pero nunca se había centrado tanto en ello el narrador vallisoletano, jamás había ido ahí tan derecho, tan sin concesiones a intereses laterales, de un modo menos digresivo, menos complaciente con los materiales que los novelistas suelen adosar a su historia central.

Hay en esta novela varios de esos componentes ambientales y de gran mérito: sobre todo, la peripecia de un boxeador, que también es una historia de amor, una fábula entre el delirio y la verdad, y además algunas oportunas anécdotas costumbristas de postguerra y varios relatos incorporados en un juego de muñecas rusas. Todo queda, sin embargo, como diluido para que una historia de amor fuerte y muy marcada robe el centro del libro y la atención del lector.

Esta historia tiene un trazo muy claro y se convierte en la espina dorsal de Mi querida Eva: dos muchachos, Alberto y Daniel, se enamoraron de la adolescente Eva en un verano de hace 30 años. La mujer y Daniel, ambos médicos, ella casada con un cirujano del Opus Dei y madre de tres hijas y él separado de su esposa, se reencuentran en un congreso profesional. Este azar provoca la recuperación de aquellos tiempos y el revivirlos con una angustiosa intensidad induce una noche de pasión. Sólo una, pues Martín Garzo, sin efectismos pero muy consciente de la gran fuerza que posee en una novela la aportación de un algo inesperado, de una sorpresa o matiz en una relación previsible, informa de que nunca más continuó, aunque agrega un dato definitivo posterior al encuentro. Daniel describe en primera persona esas pocas horas del presente y su narración desvela la tragedia escondida en un pasado provinciano de apariencia banal que eleva a verdadero protagonista a quien parece un personaje secundario, el ya fallecido Alberto.

Conociendo la capacidad y finura de Martín Garzo para explorar los sentimientos y someterlos al torcedor que desvela sus aristas misteriosas, no hace falta decir que ese argumento muy sencillo basta y sobra para desarrollar una compleja indagación acerca del amor. Toda la novela se sostiene sobre una ideación romántica y aunque no figure entre las varias menciones literarias del libro, en él respira el Werther. La iniciación sentimental, la dictadura del instinto, la pasión libre, las cortapisas de clase, educación o moral…, todo está en el envolvente tratamiento del amor, entendido como motor último, celebración y dolor, de la naturaleza humana.
Ese tratamiento se acompaña con notas que hablan de engaños y de equívocos, con elementos que abren las relaciones amorosas a lo mágico y lo misterioso, con fluctuación entre lo lírico y prosaico, entre el egoísmo y el desprendimiento místico. Con semejante complejidad está caracterizado el secreto del amor, el cual, además, se perfila agregando otras notas, entre ellas el peso en la existencia del hado incontrolable. Esta base verista se presenta, por otro lado, no como una anécdota singular -siéndolo, eso sí, en su específico desarrollo- sino con un alcance simbólico, según lo sugieren los nombres de los protagonistas: el de la mujer le da un valor genérico y el de Daniel remite a una famosa escena bíblica. A estos símbolos se añaden otros observados en el misterio de la naturaleza, que enriquecen o trascienden el mundo evitando una visión plana de la vida, pero que no restan fuerza al realismo contundente de la peripecia. ésta es una clave de toda la escritura de Martín Garzo: fundir lo cotidiano y lo ultrasensorial en una sola sustancia.

Da el autor a estas cuestiones de los sentimientos y a las variantes psicológicas que producen el peculiar tratamiento que distingue su obra. Por una parte, tiende a una narración engañosamente volcada hacia lo sentimental y comunicativo, con un algo de reblandecimiento de una materia muy dura. Por otra, carga la exposición de elementos especulativos y culturalistas. En general, el paso de lo uno a lo otro se hace mediante superposiciones arriesgadas que tienen un buen efecto. Lo mismo sucede en Mi querida Eva, pero no por completo. La obsesión por disertar acerca del amor, cercar su esencia o sus manifestaciones comunes, soltar definiciones o percepciones con un permanente prurito de novedad o trascendencia lastra mucho la historia. Uno tiene la impresión de que más que vivir el amor y sentir la pasión, los personajes se acercan a ello para razonarlo o debatirlo. Es la reserva que tengo ante una tremenda historia humana contada sin complacencia, pero también con una voluntad determinante de comprenderla.