Novela

Vredaman

Unai Eloriaga

22 junio, 2006 02:00

Unai Eloriaga. Foto: Antonio Heredia

Alfaguara. Madrid, 2006. 188 páginas, 17´50 euros

No se me ocurre mejor manera de dar una orientación clara y concisa acerca de Vredaman, el tercer libro de Unai Elorriaga, que decir que es una novela rarísima. En ella ocurren cosas inhabituales: un chico siente que algo le entra en el ojo y piensa que puede tratarse de un cocodrilo adulto; una mujer ve paseando por Praga a un muerto 31 años antes; a alguien le duelen las puntas del pelo y de las pestañas. También se hacen afirmaciones chocantes: quien coge una libélula azul se convierte en la persona más inteligente del mundo; es casi lo mismo desayunar una cucharada de cal o un trozo de cable de teléfono. Y hay transgresiones de los acuerdos sociales: en el calendario se encuentra un 54 de enero, o un 59 de febrero.

No es sólo rarísima por estos datos ajenos a la realidad común, sino se mire por donde se mire. La narración tiene forma de popurrí donde se desarrollan un buen número de historias, unas cuantas con carácter principal, fracturadas en extremo, y unidas por nexos difíciles de percibir. El estilo cultiva un simplismo oracional de narrador balbuceante o incompetente, pero con contenidos culturales muy refitoleros. También los usos tipográficos se ven sometidos a esta especie de prurito de la diferencia: las comillas y las mayúsculas reciben un tratamiento personal. La forma tiene algunos rasgos experimentales, como el siguiente, por poner uno llamativo. El capítulo 9 se corta en "Lo del rosario fue una cosa muy" y el 10 arranca con el adjetivo que completa la oración: "curiosa".

El uso que acabo de señalar apunta al problema de raíz de la escritura de Elorriaga, los límites en ella entre la ingenuidad vanguardista (cosas mucho más arriesgadas se han hecho que esa ruptura del capítulo) y el logro de una visión del mundo valiosa o interesante a través de un enfoque novedoso. O dicho de otra manera, cuánto hay en este joven vasco de auténtica innovación en la forma, la mirada y el contenido y cuánto de ocurrencia más o menos aguda o simpática, o de intrínseco y ensimismado gusto por parecer distinto, y por hacer lo primero que se le ocurre mientras encuentre quien lo publique. O sea: cuánto tiene fundamento y meta y cuánto se debe a extravagancia gratuita. Piedra de toque de estas últimas disyuntivas la hallamos en el título, en consonancia con el resto por su rareza. Nada de nada lo explica, sugiere o justifica en el relato. Confesaré que mirada y remirada la novela no he logrado saber siquiera qué significa esa desconocida palabra, "Vredaman", ni a cuento de qué viene. Una información de la editorial que el libro no facilita desvela el enigma: el término une el nombre de un personaje de Faulkner y el del pintor holandés Vredeman de Vrie. Es decir, Elorriaga hace lo que quiere sin atenerse a las convenciones. Esta actitud explica los contenidos señalados. Dicho mundo imaginario no tiene que ver ni con la pura fantasía ni con el realismo mágico. Algunas menciones ocasionales del texto dan una pista: se cita, entre otros, a Beckett, Breton, Buster Keaton, Joyce, Jan Neruda, Erik Satie y Hitchcock. No son alusiones fortuitas, sino que indican una preferencia por lo onírico o lo visionario, por el misterio y el absurdo. En el conjunto de estos rastros se sitúa Vredaman, y habremos de entenderla en una doble dimensión, como acercamiento a la realidad desde posiciones no realistas y también como práctica de la creatividad pura (al respecto, en un pasaje se elogia el atrevimiento de Van Gogh al pintar el cielo de un color imposible, el verde, y se celebra lo que consiguió con ello, inventar un cielo nuevo: tal vez valga como desiderata de la ambición del propio novelista).

Busca, pues, Elorriaga explicar la realidad fuera de los cauces testimoniales, pero no eludirla. Los sucesos de su novela son algo más que invenciones descontroladas: buscan un sentido del mundo, y a veces agregan un moralismo inocente (el acuerdo entre dos ebanistas que disputan un concurso internacional de hacer un único trabajo común sirve para lanzar un alegato contra la competitividad). El empeño no está mal, pero por ahora resulta precario; esperemos que en un futuro el autor alcance una madurez expresiva que convierta el jugueteo en una manifestación vanguardista plena.