Novela

El malduque de la Luna

Miguel Naveros

20 julio, 2006 02:00

Miguel Naveros. Foto: Isabel Ausejo

Premio Fernando Quiñones. Alianza, 2006. 317 páginas. 16’50 euros

El periodista y poeta Miguel Naveros (Madrid, 1956) arrancó como narrador con una propuesta más que valiente, insólita en el contexto de escepticismo postmoderno del pasado decenio. Su primera novela, La ciudad del Sol (Alfaguara,1999), mostraba la trayectoria de una capital andaluza a través de todo el anterior siglo para presentar una elegía del socialismo. Con parecido talante de reflexión comprometida traza una crónica de actualidad en su siguiente obra, Al calor del día (Alfaguara, 2001). Y semejante impulso inspira ésta su tercera novela, El malduque de la Luna, galardonada con el premio Fernando Quiñones de novela. Ahora, la peripecia externa se centra en el recorrido vital y político de Pedro Luna, hijo de un destacado militante comunista de la clandestinidad durante el franquismo, y abarca el tiempo que va desde los amenes de la dictadura, cuando el protagonista y narrador era un joven universitario, también comprometido con el Partido por antonomasia, el PCE, hasta una fecha muy cercana a hoy mismo.

Esta línea anecdótica se basa en uno de los planteamientos más intemporales del género: se ofrece, en realidad, una novela de formación que explica la infancia de Pedro, cómo alcanzó la madurez entre estímulos contrapuestos, los de su padre y de un tío poeta, exilado en Francia, y de qué modo encarriló sus indecisiones de todo tipo (desencanto político, bisexualidad, incertidumbres profesionales y laborales) en una última etapa, ya adulto, hasta insertarse en su sociedad. Un final un poco efectista, que no debo aclarar aquí, añade un dato secreto de la vida de Pedro que explica algunas cosas.

Este esquema se alimenta con una sustancia cercana a un documento contemporáneo. Primero, rastrea las actitudes idealistas de entrega a una causa de los viejos comunistas; sigue la herencia de ese ideario en sus descendientes en contraste con las corruptelas y degradación en la URSS y los países del llamado socialismo real; continúan las perplejidades ante el avance de los planteamientos socialdemócratas en la España parlamentaria y aparece, al fin, el triunfo del oportunismo en los años del gobierno socialista. En suma, ofrece el relato de un fracaso entreverado con el triunfo del pragmatismo rampante bajo capa de la ideología. Así, la novela encarna una amarga crónica generacional, el ácido testimonio de la promoción que ocupó el poder en los años 80.

Este tipo de enfoque no está hoy nada vigente. Cuando aparece es desde perspectivas conservadoras y no desde la óptica de Naveros, quien antes lamenta el abandono de unos ideales izquierdistas que censura esa deriva. Pero el duro testimonio de este narrador madrileño de nacimiento y andaluz adoptivo tampoco es inédito en nuestras letras, y lo que confiere novedad e interés a su vigorosa novela es el modo artístico de plasmar semejante denuncia.

Naveros evita el reflejo directo y simplificador, y busca, primero, construir una narración simbólica. En ella recrea el perfil moral de alguien que se deja seducir por una idea pero a quien le puede la tozuda realidad. El final, con una especie de dorado exilio en la hermosa ciudad marroquí de Asilah, contiene una metáfora. Luego, busca el medio de hacer verdadero el sentimiento del personaje, el cual trasmite por medio de lo específicamente literario, que es el lenguaje. El conflicto de Pedro se hace verdad a través de una prosa creativa, algo tendente al barroquismo y con algunos usos rupturistas. Esta escritura no se debe a un alarde sino que está bien justificada: el fluir caudaloso y con frecuencia como arrebatado da cuenta del estado mental desde el que el protagonista se explica a sí mismo y, al paso, mostrando su vida razona las tormentas de su tiempo.

Un estilo poderoso y plástico, una construcción muy rigurosa, las ideas y emociones fundidas, más un firme fondo moral revalidan con este título el interés y la seriedad de la exigente obra de Miguel Naveros.