Días de amor y engaño
Alicia Giménez Bartlett
14 septiembre, 2006 02:00Alicia Giménez Bartlett. Foto: Efe
Ha logrado merecido éxito Alicia Giménez Bartlett con las historias de género protagonizadas por los policías Petra Delicado y Fermín Garzón. Ha sabido darles un sello original y convertir unos relatos en sí mismos amenos en excipiente de una interesante indagación en las relaciones personales y en otros asuntos propios de nuestra naturaleza. A estas mismas cuestiones, con particular atención a una problemática actual de algunos grupos (la tercera edad o la mujer), ha dedicado la autora manchega otros textos de desarrollo denso y sin el gancho de la intriga. A este enfoque obedece Días de amor y engaño.Aunque de amplia extensión, la almendra anecdótica de la nueva novela de Bartlett puede resumirse en pocas palabras: en un pequeño grupo cerrado de hombres y mujeres se produce una crisis fuerte cuya onda expansiva afecta a sus miembros en conjunto. Se trata de un círculo de técnicos y trabajadores extranjeros, todos menos uno acompañados de sus esposas, que construyen una presa en un paraje aislado de México. Un ingeniero se enamora de la mujer de otro y esa pasión correspondida desata una catarsis colectiva.
Esta síntesis invita a pensar en una novela a la medida de un lector que busque conflictos fuertes en el campo de las emociones. No hay que descartar el legítimo derecho de un escritor a difundirse en muchos destinatarios con temas de interés común, ni tampoco que nuestra autora no busque efectos proyectivos. A Bartlett le ha parecido que un relato tradicional era lo mejor para comunicar una imagen de la realidad y estimular el debate. Por eso lo levanta mediante un desarrollo lineal repartido en secuencias breves donde conjuga narración y diálogo, con observaciones psicologistas, comentarios sociológicos y notas ambientales.
Este planteamiento directo asume una problemática muy seria, abordada con rigor y coraje, nada complaciente, tampoco simplificadora. Se diría, sin caer en presunciones indebidas, que la novela brota de una vivencia íntima muy intensa de la autora acerca de los motivos de su obra. De ahí que el conjunto de casos presentados suenen a verdad humana sentida, a conflictos que trascienden situaciones familiares comunes y constituyen un signo característico de la vida social en este momento histórico dentro de los países avanzados.
En el centro de la novela se eleva como una montaña el asunto medular, el matrimonio. Por ella se mueven mujeres y hombres sorprendidos, perplejos ante una situación que ha perdido sus raíces sociales y culturales sin que aparezca una alternativa clara. El desconcierto masculino va parejo de un inconformismo o rebeldía oscura pero intensa de las mujeres. Muestra Bartlett de este modo la estampa vivaz de un cambio, de las incertidumbres de una etapa que a buen seguro va a marcar un antes y un después en la cultura occidental. Pero no se ciñe a esa gran crisis porque desborda el problema institucional afrontando rasgos antropológicos: la soledad, los límites del amor y la pasión, las relaciones con padres e hijos.
El retrato global es muy amargo. Ha de notarse que el balance pesimista se deriva de los hechos y no ha de atribuírsele a la autora. Si el mundo es así, no se trata de pesimismo sino de realismo. Tampoco acaba ahí el sentido de la novela. En la debacle absoluta de las relaciones personales surge algún factor positivo. Uno está en la determinación de la pareja principal para romper amarras y lanzarse a un futuro incógnito pero esperanzador. Otro, en el administrativo soltero que sustituye el previsible porvenir de su clase por una ocupación libre y azarosa. Con ello la autora propone como guía el principio de la autenticidad.
Después de mostrar la confusión contemporánea en este pilar de nuestra sociedad, tras pintarlo con mucha crudeza, abre Bartlett una puerta a la esperanza, aunque sin despejar la salida. Pero todo ello es lo de menos: la importante es que su historia no acaba en la novela sino que se prolonga en la reflexión a la que incita al destinatario.