Novela

El corresponsal

Alan Furst

14 diciembre, 2006 01:00

Alan Furst

Trad. de D. Friera y M. J. Díez. Seix Barral. Barcelona, 2006. 352 páginas, 18’50 euros

La novela de espionaje responde al mismo canon que los folletines decimonónicos: suspense por entregas, personajes desbordados por las circunstancias, brillante desenlace. El norteamericano Alan Furst, con una larga experiencia como periodista en Europa del Este, se ha especializado en la novela histórica ambientada en esa zona gris que precedió al estallido de la II Guerra Mundial, cuando los totalitarismos consiguieron seducir a las sociedades democráticas. El corresponsal relata la peripecia de los intelectuales italianos que se refugiaron en París huyendo de la dictadura de Mussolini. La experiencia del exilio impulsará la proliferación de periódicos comprometidos en la lucha contra los gobiernos autoritarios. El periodismo revelará una vez más su carácter político, su voluntad de narrar los acontecimientos, involucrándose en ellos. La resistencia contra el fascismo no es una reacción partidista, sino una expresión de libertad. Es evidente que Furst pretende subrayar la fibra moral de los corresponsales que se juegan la vida, prestando su voz a las sociedades oprimidas.

París es uno de los escenarios. Berlín y la guerra civil española completan un tríptico, donde cada tabla refleja un aspecto de la resistencia antifascista. La dignidad que infunde Furst a sus personajes se aleja de cualquier planteamiento nihilista. Las dictaduras nunca duran demasiado. El espíritu humano se asfixia sin libertades ni derechos, pero tampoco puede prescindir de las emociones. Los protagonistas de El corresponsal luchan por la libertad, pero también se enamoran, experimentan desilusiones o dudas de carácter moral. La clandestinidad propicia el amor, el engaño y la traición. No se puede resistir a la violencia sin violencia, pero ninguna justificación puede evitar que se malogre la humanidad de los que participan en acciones de guerra. Furst somete a sus personajes a situaciones límite, donde la necesidad desplaza a la justicia y la moralidad pierde sus referencias.

El corresponsal revela un conocimiento minucioso de los hechos históricos. Los escenarios no son un decorado, sino el marco natural de una acción que discurre con fluidez. Furst conoce su oficio. La trama es consistente, los personajes son seres humanos y no estereotipos. La novela revindica el espíritu inconformista e independiente del periodismo, que no se limita a informar, sino que se esfuerza en crear opinión. Furst está lejos de Graham Greene y del mejor John Le Carré, que convirtieron la novela de espías en un laboratorio sobre la especie humana, pero ha escrito una buena novela, bien planteada y resuelta.