La voz interior
Darío Jaramillo
4 enero, 2007 01:00Darío Jaramillo. Foto: Javier Villanueva
El poeta y narrador colombiano Darío Jaramillo dispone una trama clara y sencilla como soporte de un libro muy voluminoso y relativamente complejo, La voz interior. Bernabé se entera por una llamada de la madre de Sebastián de la muerte hace diez años de este amigo íntimo de juventud en un accidente. Ambos fueron condiscípulos, publicaron sendos solitarios libros de poemas y compartieron ilusiones. La familia acaba de descubrir que Sebastián dejó una ingente cantidad de inéditos y pide a Bernabé que los examine para decidir su destino. Bernabé admite gustoso el encargo, aprecia alto mérito en esas 24.000 páginas secretas que aquél decidió guardar y, creyendo de interés reconstruir la vida del amigo, acepta hacer su biografía.La voz interior compagina la biografía de corte canónico de Sebastián y el propio proceso de escritura de la obra. Bernabé explora los manuscritos, en buena medida autobiográficos, y se pone en contacto con personas que tuvieron trato con el fallecido. Se trata de un disimulado enfoque perspectivista que va iluminando la densa vida íntima de Sebastián mediante la proyección de múltiples puntos de vista, diferentes o complementarios, que se agregan a la percepción de sí mismo ofrecida por los diarios rescatados de un baúl.
La suma de inéditos y testimonios alumbra una personalidad notable. Fue la vida de Sebastián parca en hechos llamativos y en apariencia sin ningún interés, nunca acometió una aventura curiosa, según subraya el narrador. Resultó en cambio de una riqueza interior enorme y de ahí que merezca la pena reconstruirla. El autor piensa, e inspira con esta fe a su narrador, que en el pequeño mundo de un hombre cabe el mundo entero y de ahí viene la legitimidad de la propia novela que leemos. Aunque no haga falta pretexto alguno para el viaje por el fondo de una conciencia, Jaramillo tiene buen cuidado en dejar constancia de este principio. Una amiga de Sebastián lo explica: "una biografía es el fresco de una época, de sus conflictos, de sus tabúes". Y, en efecto, eso hace el autor real, pintar un retrato de época.
Jaramillo utiliza una polifonía de voces para mostrarnos, bajo capa de ficción biográfica, un ambicioso diagnóstico de un tiempo y de sus incertidumbres. Ha de destacarse, por una parte, la voluntad abarcadora de los matices de la realidad, que rehuye dogmatismos. A esto contribuye de un modo muy satisfactorio el que toda la novela responda a un enfoque subjetivista, de intimismo absoluto, de modo que la realidad depende de la exhibición de una conciencia siempre alerta. Por otra, la amplitud del empeño, que barca desde lo psicológico y mental, lo moral, lo material, el sexo o la religión hasta lo estético. Merece la pena reparar en algo relevante: siendo escritores tanto el personaje como el narrador, de ninguna manera la novela se convierte en el repertorio de preocupaciones estéticas o técnicas propias de letraheridos habitual en la hoy abundante narrativa culturalista y metaliteraria.
No faltan estas inquietudes, claro, pero están en una medida justa y conveniente. Todo ello nos lleva a la verdadera base de la obra, un relato de fondo existencial. Y aquí encaja, de nuevo muy bien, el dato biográfico más relevante, de Sebastián: su irrevocable decisión de no dar a luz sus escritos. Es la prueba concluyente del valor de la escritura como experiencia privada abocada al conocimiento, propio y del mundo, y no a la comunicación. Escribir no es un juego. Esta decisión trascendental y extrema vale para él, no para su imprevisto albacea, y por eso éste hace bien -resulta literariamente oportuno, y no un truco técnico- en rescatar parte de esos escritos: apoya el relato con fragmentos amplios de los diarios y en una segunda extensa parte publica poemas, ensayos, aforismos, argumentos para posibles novelas, hagiografías de santos apócrifos (muy divertidas, por cierto)… En fin, un copioso muestrario tanto de las páginas auténticas de Sebastián como de las que éste atribuía a los misteriosos heterónimos a quienes se dedicó a dar vida.
Asusta un poco el volumen de La voz interior, y no digo que no ganara en concentración habiendo podado pasajes un tanto reiterativos, pero esas dimensiones se sobrellevan por los aciertos formales. Primero, por el uso de una composición tradicional que, con mínimas concesiones vanguardistas, desarrolla con gran fortuna un esquema clásico: el manuscrito hallado, editado y glosado. También gracias a un buen ritmo narrativo y a un estilo cuidadoso pero directo. Y a la voluntad del autor de obsequiarnos con el intrínseco placer de conocer la peripecia del protagonista, más allá de su alcance intencional.