Trenes hacia Tokio
Alberto Olmos
1 marzo, 2007 01:00Alberto Olmos. Foto: Julián Martín
Alberto Olmos (Segovia, 1975), finalista del premio Herralde con su primera novela, A bordo del naufragio (1998), recrea en Trenes hacia Tokio, ganadora del X premio de Arte Joven de Novela de la Comunidad de Madrid, la realidad observada en los tres años vividos en Japón. Se trata de una novela minimalista que ofrece una imagen nada complaciente y llena de situaciones de la vida cotidiana en la sociedad nipona contemplada desde dentro y sin caer en los tópicos al uso. El narrador y protagonista es un boliviano escritor y profesor de inglés que se gana la vida dando clases a niños de 4 ó 5 años en guarderías infantiles. Este trabajo le permite observar desde su perspectiva de extranjero aspectos de aquella sociedad concernientes a los niños que son sus alumnos, a las madres de éstos y a otros profesores de los centros; al mismo tiempo la existencia diaria del protagonista en su tiempo libre pone a David en relación con diferentes situaciones del país, cada vez más cosmopolita, desde los encuentros y desencuentros con una japonesa, hasta los largos viajes en tren, pasando por el contacto del profesor con artesanos, bibliotecarias, restaurantes y otros lugares de compras y de ocio.A esta minuciosa observación de la vida cotidiana corresponde una técnica narrativa minimalista basada en la repetición, la enumeración, la concatenación, la anáfora y el paralelismo que producen una cuidada prosa rítmica por efecto de las recurrencias formales. La sintaxis se amolda a la brevedad, con predominio de la frase nominal y de oraciones simples o compuestas por coordinación. También son cortos los párrafos y su integración en capítulos nunca largos (son 39, y destaca el noveno con una línea). Y la visión directa deja paso con frecuencia a la ironía y el humor, que a veces deriva en el absurdo, como en el caso de la china estrafalaria que aparece en el tren y que ni siquiera es china, o este final de la espera del protagonista en el banco a que llegue su turno: "Y cuando el número 15 brilla sobre una pared, me acerco a la mujer que está debajo del panel y le doy mi número. Entonces me pregunta qué quiero. Entonces le digo que no lo sé" (pág. 178). También la ironía puede combinarse con el juego metanarrativo, como en esta reflexión del narrador para hablar de su jefe: "Permítanme que descomponga mi relato con la analepsis de mi jefe. Odio las analepsis y las prolepsis: para mí todo es presente narrativo porque todo me sucede hoy. Debo de ser rarito" (pág. 164).
Es una manera de narrar, no una rareza. Y es tan válida como cualquier otra. En Trenes hacia Tokio da lugar a capítulos interesantes por su aguda observación y captación de pequeños detalles y matices, como esta imagen de una clase: "el profesor habla y mira, uno a uno, a todos sus alumnos, tratando de no dejar a nadie huérfano de atención: los alumnos son submarinos a los que siempre hay que llamar a la superficie, pues tienen querencia de fondo marino" (pág. 142). Y sin embargo hay serios reparos que poner a este texto, por lo común correcto, pero con demasiadas banalidades sin trascendencia y que nos dice poco de la sociedad japonesa más allá de lo ya sabido por todos, aun teniendo en cuenta que lo aquí relatado se sitúa en el siglo XXI, pues hay referencias al centenario del Quijote en 2005, a la película Million dollar baby, a la tenista rusa Sharapova y a la novela de Murakami Kafka on the shore. Aunque ya estemos en una sociedad colgada de los móviles y de internet, enfangada en el sexo y la pornografía, sería de agradecer una mayor amplitud de miras y profundización en la sociedad japonesa.