Image: El ángel negro

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Novela

El ángel negro

John Connolly

28 junio, 2007 02:00

Foto: Domenec Umbert

Traducción de Carlos Milla. Tusquets. Barcelona, 2007. 465 páginas, 24 euros

La precisión formal no es una cualidad imprescindible en la novela negra. Las endiabladas tramas de Raymond Chandler no restan intensidad ni tensión a unas narraciones que funden cinismo y poesía, inconformismo ético y angustia existencial. Connolly posee una enorme habilidad para acoplar diferentes historias, avanzar o retroceder en el tiempo, incorporar personajes y abandonarlos, trasladarse de un escenario a otro. Sólo un narrador con oficio puede manejar todos estos elementos sin romper la unidad del relato, sorteando el riesgo de la dispersión, letal para la intriga, y sin sucumbir a la tentación de moralizar, que añade a los hechos un énfasis innecesario. La prosa escueta de Hammet es más elocuente que cualquier digresión. Connolly no supera a los maestros del género, pero ha asimilado sus virtudes y eludido sus defectos. La exactitud de sus tramas descansa sobre un estilo directo, casi periodístico y su protagonista, Charlie Bird Parker, flota en esa ambigöedad moral que cuestiona los juicios.

El ángel negro combina la crónica social y lo fantástico, el retrato de los barrios más degradados de Nueva York y la tradición esotérica de raíz bíblica, la ternura de los hombres violentos y la vulnerabilidad de las almas caídas en desgracia. La rutina de las cloacas, donde prostitutas que aún no han cumplido quince años buscan un último cliente para financiar su adicción a las drogas y los caprichos de su chulo, sólo incrementa su horror cuando el Mal ya no se conforma con perpetrar un crimen más, sino que recupera su forma original. Connolly se inspira en los libros apócrifos que relatan la rebelión de los ángeles para convertir una serie de asesinatos en un capítulo más del enfrentamiento entre Dios y Lucifer. No hay maniqueísmo, pero sí cierta inspiración gnóstica, que cuestiona la omnipotencia divina y la perfección de su obra. El Bien no prevalece siempre y los horribles sacrificios que perpetran los Creyentes, hijos espirituales de Ashmael e Immael, sólo actualizan el Libro de Enoc, excluido del canon, pero cuyas profecías no cesan de cumplirse en un mundo estrangulado por la impiedad y la violencia.

Sería excesivo situar a Connolly en el panteón de los grandes narradores anglosajones, pero El ángel negro rebosa fuerza y espanto. La fuerza se manifiesta en unos hechos que se encadenan con un ritmo vertiginoso, manteniendo el suspense. El espanto se concierta con lo sobrenatural, pero la recuperación de viejos mitos, que desbordan los límites del género policíaco, no resulta tan sobrecogedor como el destino de la joven prostituta asesinada, que actúa como centro del relato. Su muerte habría pasado inadvertida si el azar no hubiera determinado que Parker investigara el caso. Parker actúa movido por la lealtad hacia Louis, matón despiadado, pero fiel colaborador y vinculado por lazos de sangre con la víctima. Parker, Louis: hombres sin escrúpulos, acostumbrados a la violencia y sin otra pasión que la amistad, pero que conservan cierto sentido de lo ético.

Connolly resuelve la novela con un giro inesperado. Parker no es lo que parece. Ni siquiera se conoce a sí mismo. Pero nadie se conoce en realidad y la literatura sólo es una tentativa de acceder a un interior donde contienden ángeles y demonios, sin que nadie pueda presagiar lo que sucederá al final.