Image: Mil soles espléndidos

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Novela

Mil soles espléndidos

Khaled Hosseini

22 noviembre, 2007 01:00

Khaled Hosseini. Foto: Peter Kramer

Traducción de Gema Moral. Salamandra. Barcelona, 2007. 382 páginas, 19 euros

Ser mujer en Afganistán en las cuatro últimas décadas significa haber transitado por diferentes escenarios de tensión política, militar y religiosa, que nunca se han mostrado particularmente benévolos con la posibilidad de superar la marginación, el menosprecio y la ausencia de expectativas. Khaled Hosseini (Kabul, 1965) pertenece a esa clase ilustrada que se exilió tras la invasión de las tropas soviéticas. La caída del régimen comunista sólo empeoró la situación de las mujeres, obligadas a adoptar las costumbres tribales del interior. Kabul, hasta 1973 una ciudad relativamente cosmopolita, se convirtió en un foco de intolerancia que escandalizó a la opinión pública internacional, pero la indignación ante el burka, las lapidaciones y la muerte social y jurídica de las mujeres sólo desbordó el terreno de la denuncia moral y periodística cuando el atentado del 11-S reveló las consecuencias de intentar diseñar una estrategia para Oriente Medio, sin conocer una cultura compleja y plural. Hosseini escribe sobre una sociedad en la que transcurrió su infancia y juventud, con la perspectiva de una minoría que anhela la modernización del país, pero que de momento contempla los acontecimientos con frustración creciente.

Hay mil soles en Afganistán porque hay muchas tradiciones bajo el mismo cielo, cada una con ambiciones distintas, pero en medio de esa diversidad la desdicha siempre se inclina hacia el lado de las mujeres. La historia de Mariam, hija ilegítima, casada con un zapatero treinta años mayor, y de Laila, apenas una niña que se convierte en la segunda esposa, recuerda la peripecia de Osama (2003), la excelente película de Siddiq Barkmak. La niña que se disfraza de chico para estudiar en una escuela coránica se salvará de morir lapidada, desposándose con un septuagenario ulema. Hosseini recrea la consumación del matrimonio con el mismo desgarro que Barkmak. El placer está reservado a los hombres. Las mujeres experimentan el sexo como una agresión. La sumisión facilita la resignación, la atávica sencillez con la que asumen la infelicidad.
El único resquicio de dicha en las vidas de Mariam y Laila surgirá de su entendimiento, del afecto entre dos mujeres con una diferencia de edad que les ayuda a comprenderse como madre e hija. Sin duda, es el mejor logro de la novela. La ternura no es un mero refugio ante la adversidad, sino la forma más humana de reconocer en el otro a un semejante. Más que de camaradería habría que hablar de la tenacidad del sentimiento. Incluso en un país áspero, de paisajes montañosos, familiarizado con la muerte y la desesperanza, castigado por la guerra, la pobreza y el tráfico de opio, el espíritu humano manifiesta su dignidad aferrándose a su capacidad de amar. Mariam y Laila oponen al infortunio la sensibilidad, la delicadeza, la profunda comprensión ante las heridas ajenas, el asombro de vivir bajo un cielo inundado de luz, mientras Kabul se deshace en ruinas. El estrago de la ciudad se hace menos doloroso cuando dos miradas son conscientes de que su intimidad permanece en pie, temporalmente inexpugnable.

Khaled Hosseini rehúye la tentación del pesimismo. El padre de Mariam escribe a su hija para implorar su perdón. Deplora su comportamiento. Mariam lee la carta sin rencor. Mientras la política fracasa una y otra vez, el corazón humano, débil, egoísta, autocomplaciente, pero siempre orientado hacia el otro, no cesa de mantener vivo el hilo de esperanza que ofrece a la historia una salida. Hosseini tal vez haya asimilado la perspectiva occidental, hasta alejarse de sus orígenes. Médico en California, antítesis urbana de Kabul, sueña con exportar la democracia a su país. Buen narrador, pero sin pretensiones de visionario.

Sin embargo, Afganistán, que está en el centro y fuera de la historia, necesita ciertas dosis de utopía. Es, con Palestina, uno de los umbrales del futuro. El comunismo y el fundamentalismo de los talibanes sólo fueron infiernos transitorios. La democracia de Bush es una quimera tan engañosa como la apariencia democrática de Rusia. Afganistán, Chechenia, Irak: la derrota de la historia. El amor de Miriam y Laila, seres perfectamente anónimos, que sólo adquieren un nombre gracias a la literatura, nos ofrecen un futuro: el mañana que sólo puede latir en los pueblos olvidados.