Novela

El estupor y la maravilla

Pablo d’Ors

10 enero, 2008 01:00

Pre-Textos. Valencia, 2007. 407 páginas, 25 euros

Lo menos que puede afirmarse de El estupor y la maravilla es que se trata de una novela insólita. Su forma externa es la de unas memorias escritas por Alois Vogel, vigilante de sala durante veinticinco años en el imaginario Museo de los Expresionistas de la ciudad alemana de Coblenza. Pero, a decir verdad, el mundo de este personaje se reduce a las cuatro paredes de las diversas salas -bautizadas con los nombres de los pintores- por las que, a lo largo de los años, va pasando (Franz Macke, Wassily Kandinsky, Max Beckmann, etc.) y que agrupan las distintas partes en que se articula la narración. De la vida de Vogel sabemos poco: vive solo, perdió muchos años antes a su madre y más tarde a su padre, que pasó sus últimos años recluido en un mutismo que el hijo parece haber heredado. Vogel es, en efecto, un solitario. Su mundo es puramente interior, y el hecho de que su existencia cotidiana se circunscriba al museo y a la sala que le corresponde vigilar expresa muy bien ese ensimismamiento en que se halla sumergido.

A falta de experiencias vitales sólidas, Vogel reflexiona sobre los objetos circundantes y les proporciona una vida imaginada: compara los diversos matices del color blanco de la pared, divaga sobre las formas que van adquiriendo las caprichosas manchas de humedad que aparecen en el techo, sigue durante horas el revoloteo de una mosca en el interior del recinto, cuenta las baldosas de las diversas salas para calcular su capacidad, o bien imagina, contemplando inmóvil las arrugas del pantalón, un paisaje escarpado en el que un intrépido escalador arriesga su vida, o se entretiene adjudicando biografías supuestas a visitantes con los que ni siquiera intercambia una palabra. El estupor y la maravilla es una epopeya de la nimiedad, un desfile de cosas y acontecimientos minúsculos, como el propio narrador advierte, ya casi al final de sus memorias: "El museo es uno de los lugares más aburridos que existen; pero, al mismo tiempo, y precisamente por ello, es un lugar interesante. A decir verdad, no creo que pueda vivirse con intensidad sin la experiencia del aburrimiento […] Y de esto es de lo que he querido hablar en este libro: de la perla que se esconde dentro de lo cotidiano, del milagro de lo banal" (pág. 326). Más adelante afirmará la necesidad de apreciar "la sabiduría del silencio y de lo pequeño, que es siempre lo esencial" (pág. 386).

Lo importante, sin embargo, es que esta acumulación de trivialidades que, con su ingenuismo y sus ribetes de humor, ayuda a perfilar un tipo novelesco complejo a pesar de su simplicidad, está excelentemente tramada e impecablemente escrita. El estupor y la maravilla demuestra una vez más que la hondura de un personaje no radica en su naturaleza, sino en el tratamiento literario del que nace. La fascinación que Vogel siente por lo pequeño e insignificante ("donde se oculta, sin ninguna duda, el misterio de todo lo visible y lo invisible") le produce esas sensaciones de estupor y maravilla que figuran en el título. Por otra parte, la construcción medida de la novela distribuye en el texto analogías y paralelismos que actúan como elementos estructuradores: la mudez y la inmovilidad del padre de Vogel en sus últimos años parecen prefigurar, a varios años de distancia, la actitud sedentaria del hijo en su asiento de la sala; la larga enfermedad infantil del personaje, obligado a pasar mucho tiempo en una habitación, es como un anuncio de lo que será su trabajo y casi su hábitat durante veinticinco años; al final se casará, tras un noviazgo de dos tímidos relatado con insuperable delicadeza, con la viuda del vigilante Mönter, su colega y antecesor en la sala Paul Klee. Toda la novela está llena de hallazgos narrativos sin los cuales hubiera sido muy difícil mantener el interés del lector prendida de tan liviano esqueleto argumental. Pero también son del mayor interés algunas reflexiones sobre el poder del arte, o sobre el impulso que mueve la escritura, que acreditan la presencia de un escritor intelectualmente maduro y, además, capacitado para abordar cualquier empresa narrativa. El estupor y la maravilla es, sin duda, una novela recomendable.

Cuatro preguntas para Pablo d’Ors

l ¿Cómo nace este libro sobre "el milagro de lo banal"?

-La prosa nace de lo prosaico, eso lo primero. Lo segundo es que leo maravillado a Simone Weil y me percato de que la clave de todo está en la atención. Lo tercero: la preferencia del cristianismo que profeso por lo que a ojos del mundo es irrelevante o pequeño.

l Tras escribir la novela, ¿tiene ya claro cuál es el impulso del que nace su escritura?

-Mi escritura es un ejercicio espiritual, es decir, nace de la meditación fantasiosa y aboca a la contemplación. No escribo para comunicarme o para que me quieran, sino sencillamente para ser.

l ¿Del lector espera que reaccione con estupor, o maravillado?

-Soy tan ingenuo que busco en el lector nada menos que a un hermano; y quiero que él encuentre en mi libro una patria o, al menos, un camino por el que transitar.

l Escribe que la gente va a los museos no para ver las obras de arte, sino para contar que ha ido. ¿Qué puede el arte contra esta frivolidad?

-Arte, amor y religión son, definitivamente, los únicos reductos que nos quedan para vivir con dignidad.