Balas de plata
Elmer Mendoza
10 abril, 2008 02:00Elmer Mendoza
Con Balas de Plata ha obtenido el autor mexicano élmer Mendoza (Culiacán, 1949) el III Premio Tusquets Editores de Novela. No es de extrañar que Mendoza tenga en nuestro país un admirador declarado tan célebre como Arturo Pérez-Reverte, que lo califica de maestro y novelista puro. Pues maestría y novela pura se encuentran a raudales en esta intriga criminal de Balas de Plata. A élmer Mendoza sí se le puede decir lo que casi todos los autores de novela policíaca desearían escuchar: que se ajusta al género y es, a la vez, capaz de superarlo y trascenderlo. Tal vez porque Mendoza sabe estar como pocos en los palacios y en las cabañas (en su cátedra de la Universidad Autónoma de Sinaloa y a pie de calle/barrio) es capaz de ofrecernos esta historia tan viva y vibrante del detective Edgar "el Zurdo" Mendieta, que investiga el misterioso crimen, con derroche de bala de plata, del abogado Bruno Canizales (hijo de un ex ministro que aspira a la Presidencia).Mendoza parte siempre del presupuesto de que el lector no está ahí para que lo aburran, conoce como pocos la arquitectura de las narraciones (no en vano dedica buena parte de su tiempo a formar novelistas) y nos brinda con esta obra un ejemplo de eficacia narrativa, de un texto tan directo y despojado como profundamente trabado y elaborado. Este tejido de frases veloces que conforma el libro es todo menos la prosa fácil, estándar o descuidada que cultivan muchos best-sellers del género negro. Sin duda la clave es ser un escritor de talla que, además, casi de paso, escribe novela policíaca. "El Zurdo" Mendieta, un detective federal, un "pobre pendejo" de caótica vida personal y sentimental, pero dotado de olfato, compromiso con sus convicciones, sabiduría de la vida y un impagable sentido del humor, se mueve en un mundo realmente turbio de policías, políticos, funcionarios y jueces corruptos donde imperan el silencio y el miedo, y donde la peligrosidad queda simbolizada por la abundancia de armas y el constante patrullar de inquietantes e inmensas camionetas Hummer y Lobo con cristales ahumados -fantasmas del mal- propiedad de las bandas de narcotraficantes. Un país de "narcopadres y narcojuniors" dirá Mendieta. La locura consentida de las armas se recoge bien en la ironía inicial del libro: "La modernidad de una ciudad se mide por las armas que truenan en sus calles" o en esta delirante conclusión lógica: "Se dedicaba a la construcción, por eso tenía armas" (página 45).
La novela relata una difícil investigación con múltiples sospechosos, decenas de sobresaltos, ajustes de cuentas, crímenes en serie, atentados... que nunca atenúan el impulso de Mendieta de "patear el pesebre" (página 182) de los intocables de la "gente crema", ni merman su resistencia a archivar el caso. La frase de una señora que, ante un crimen frente a su casa, se asoma a la puerta y espeta al detective: "Oiga, ¿no piensan acabar con la violencia?" (página 160), señala hacia el tema de fondo del libro: la brutalidad que se ejerce a diario con tanta ligereza e impunidad: la vulneración consabida de los Derechos Humanos. Elmer Mendoza presenta su nación como un territorio sin ley, o lo que es peor, bajo el imperio de capos como el anciano Marcelo Valdés, dueño y señor de la ciudad, de quien se dice que, hasta en sus horas bajas, "con poco hacía temblar medio país y hasta el estado del tiempo se le consultaba" (página 36).
No es casual la cita de Albert Einstein que el autor selecciona para presidir el texto: "La vida es peligrosa, no por los hombres que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver qué pasa". Desde luego, ni Edgar Mendieta ni su padre literario pertenecen a esa categoría de silentes que aceptan el estado de cosas con un escueto "sé en qué país vivo y sé qué se puede evitar" (página 71). élmer Mendoza parece condensar el fluir de la vida en la aceleración de sus frases repletas de mexicanismos y lenguaje coloquial, en el intercambio fugaz de diálogos integrados en el continuo del texto sin acotaciones formales. En el intenso crescendo final, en buena lógica, los episodios de cierre de la novela parecerán disparados a la misma velocidad que las muchas "balaceras" del libro. Sobre el sentido del humor de élmer Mendoza habría que escribir un nuevo artículo.