El amigo de invierno
José Luis Borau
5 junio, 2008 02:00José Luis Borau. Foto: Francisco Vega
Aunque más conocido por sus actividades como director y guionista cinematográfico, José Luis Borau se ha mostrado en algunas ocasiones, casi tímidamente, como narrador, y, sobre todo, en el campo del relato breve, como acreditan los dos volúmenes publicados hasta ahora. El amigo de invierno consta de seis cuentos de distinta extensión, alguno de los cuales, como el que da título al conjunto y cierra el volumen, es más bien una novela corta, no sólo por su extensión material, sino también por el planteamiento y el desarrollo de una historia cuyo ámbito temporal abarca, sin elipsis llamativas de las que permiten omitir períodos cronológicos amplios, más de 20 años de vida de los personajes. Porque esta característica -la de plantear historias de larga duración, no breves anécdotas o recreaciones de hechos momentáneos y transitorios- se da en casi todas estas narraciones, y acerca los textos de Borau más a la estructura de la novela que a la concepción del cuento propiamente dicho, aunque luego el tratamiento del relato comprima la historia y la reduzca a pocas páginas, que se convierten claramente en decantaciones de lejanas experiencias personales, ahora estilizadas en el recuerdo y fijadas por la escritura. Hay aquí mucha mirada retrospectiva, mucha destilación de historia personal -transformada y enriquecida por el escritor- y de un tiempo histórico que es, sobre todo, psicológico y sentimental, tal como se desprende de las palabras iniciales del cuento "El país de Arituyena", donde el narrador observa que un país "no es sólo un territorio", sino también "aquel espacio anímico, aquella parcela moral, perdida ya o en continuo peligro de desaparición, que un día marcara la mente y el corazón de sus naturales" (p. 31). Y, en efecto, el cuento encierra multitud de referencias históricas y locales -la guerra civil, los sanfermines de Pamplona, la vida estudiantil en la Zaragoza de posguerra-, pero lo que domina es la reviviscencia de modos de vida pasados, reconstruidos ahora por la mirada de antaño que el narrador se esfuerza por recuperar. El mismo deseo de revivir la infancia lejana y definitivamente perdida es el motivo central de "Jonás", que no por casualidad desemboca en una amarga decepción. Y análogo es el mecanismo evocador que sustenta el cuento "amoR letoH", más ceñido que los demás a un tiempo histórico breve.Las experiencias personales y el conocimiento del marco ambiental enriquecen igualmente "Otarios", nacido de la estancia del autor en Hollywood y deliberadamente salpicado de elementos de la cultura pop y de vocablos encaminados a subrayar lo que los teóricos decimonónicos llamaron "color local" y que aquí brilla especialmente en la reproducción de la mezcla de lenguas de los diálogos (aunque sólo un escritor aragonés podría calificar a un tipo de "arguellado" [p. 112]). Un final inesperado, narrado con la eficacia de un frío informe forense, proporciona un sorprendente giro dramático a la historia. En el fondo de estos cuentos, que vale la pena leer con atención, se adivina también a un lector contumaz, que tiene en su memoria modalidades del relato como las de Gogol o Chejov, pero también las de cierto estilo narrativo norteamericano, desde Steinbeck o Capote hasta Carver.
Borau narra con precisión, dosificando adecuadamente las informaciones, sin alardes, atento a la evolución psicológica de los personajes más que a los detalles externos, como se advierte en "El amigo de invierno", sin duda el cuento más complejo de todos (frente al que inaugura el volumen, "La tecla debida", que me parece inferior a los demás). La escritura es limpia, aunque alguna vez -pocas- se deje llevar por fórmulas inertes: "exigía un buen puñado de dólares" (p. 132), "se guardó muy mucho de…" (p. 247). O caiga en alguna afirmación incomprensible por errónea, como "se cuidaba de colocar los cubiertos sobre el plato en sentido vertical, al terminar de comer" (p. 249).