Derrumbe
Ricardo Menéndez Salmón
19 junio, 2008 02:00Ricardo Menéndez Salmón. Foto: Antonio Moreno.
Media docena de novelas -algunas aparecidas en editoriales de limitada difusión- es un conjunto suficiente para analizar la obra del escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) sin las prevenciones y cautelas que suele suscitar la obra de un novel cuya trayectoria posterior es imposible predecir. Derrumbe -que hubiera sido preferible titular Derrumbamiento- presenta numerosas afinidades, en temática y estilo, con obras anteriores del autor, y confirma plenamente sus virtudes y también sus insuficiencias. La primera de las tres partes en que se divide el relato está planteada como una historia de crímenes -un thriller de marcado carácter cinematográfico por la sucesión entrecortada de sus breves secuencias y sus abruptas elipsis- y, más precisamente, sobre el motivo de un asesino múltiple, un serial killer como los que tantas veces ha explotado el cine. Es comprensible que el autor haya arrancado utilizando esquemas narrativos reconocibles para atraer la atención del lector -sin renunciar a la descripción de escenas de brutal y sádica violencia-, porque en la segunda parte el hilo narrativo irá desflecándose, haciéndose más abstracto, apuntando a ideas más que a tipos y acciones y acentuando los elementos que ya desde el principio desrealizaban la historia y la colocaban en un estrato predominantemente conceptual, como los nombres: el lugar se llama Promenadia y en los personajes coexisten Manila, Vera, Gudesteiz, Mara, Mortenblau, Valdivia y otros, ayudando a configurar lo que Kulechov llamó una geografía ideal, compuesta por lugares reales que se agrupan en un conjunto imposible.Por otra parte, la historia del asesino múltiple tiene su paralelo en la que invade la segunda parte de la obra, centrada en los crímenes y sabotajes del trío de jóvenes denominado Los Arrancadores, que a su vez desarrolla otras analogías y correlatos: si en la primera historia Manila acaba perdiendo a su mujer y al bebé que esperaba, en la segunda se habla de una mujer embarazada que aborta por haber ingerido las agujas que Los Arrancadores han depositado en diversas botellas de leche. También hay prolepsis que refuerzan la trabazón del conjunto. El temor oculto y en apariencia incomprensible de Manila acerca de Mara, que "podría dejar de amarlo, escapar de su lado, buscar el consuelo de otras manos" (p. 24), tiene en realidad una función premonitoria. Pero lo que proporciona unidad a los diferentes motivos temáticos que se mezclan en Derrumbe es sobre todo su núcleo conceptual, que se inscribe en la tradición -novelesca y también filosófica- del llamado "crimen gratuito", cuyo origen puede fijarse en Dostoyevski y que ha interesado luego a numerosos escritores, desde Gide y Camus hasta Bret Easton Ellis. Sólo que los personajes del escritor ruso (Svidrigailov, Stavrogin), el Lafcadio de Gide en Les caves du Vatican o el Meursault de Camus en L’étranger no eran meros soportes para introducir en los respectivos relatos la idea del mal en abstracto, y el Patrick Bateman de Ellis -cuya presencia se hace notar en algunas páginas de extremada crueldad- representaba la cara oscura y subte- rránea de una sociedad opulenta, aspecto que tampoco ha interesado a Menéndez Salmón, que, al desgajar deliberadamente su relato de cualquier contorno reconocible, sin insistir tampoco en el perfil psicológico de los personajes, ha podado buena parte de la efectividad potencial de la historia. Por eso, ni Mortenblau ni Los Arrancadores -cuyos motivos para actuar se reducen a "la cólera que les procuraba la saciedad, la estulticia, la decadencia de su época" (p. 80)- logran interesarnos a fondo, y sólo algunas escenas, como el ensueño de Mara al recordar al hombre del autobús, u otras entre Valdivia y Vera, permiten entrever los entresijos de algunos personajes, no suficientemente delineados.
La prosa de Menéndez Salmón, con una leve tendencia al barroquismo culto, se acomoda bien al estilo narrativo del autor, aunque a veces ostente cierta desmesura ("había conseguido soportar la bofetada sin que su centro de gravedad se viera alterado", p. 146) y caiga en algún uso innecesario ("sobretodo" por ‘abrigo’, pp. 155, 159) o erróneo ("la espuela […] por ensalmo reconvertida en llave metálica", p. 135; ¿por qué no ‘convertida’, sin más?). Con todo, Derrumbe no es una novela vulgar, aunque nos deje un poso de insatisfacción.