Novela

No entiendo el mundo árabe

Tahar Ben Jelloun

19 junio, 2008 02:00

Traducción de Malika Embarek López. El Aleph. Barcelona, 2008. 181 pp. , 17 e.

Los tiempos no se muestran muy propicios para citar a Trotski, pero es imposible no estar de acuerdo con él cuando escribe: "toda obra de arte auténtica implica una protesta contra la realidad". No entiendo el mundo árabe es una protesta contra un mundo cada vez más lacerado por el fanatismo y la ignorancia. Tahar Ben Jelloun (Fez, Marruecos, 1944) ha escogido el intercambio epistolar para abordar la incomprensión que separa a la cultura occidental, hedonista y autocomplaciente, del mundo islámico, injustamente asociado con la violencia terrorista. Marroquí, familiarizada con Europa, inteligente y sin prejuicios, Meriem se comunica por correo electrónico con Lydia, de nacionalidad italiana, con una mente abierta, pero perpleja ante el desprecio por la vida de los que se inmolan invocando el nombre de Alá. Ambas están a punto de comenzar la universidad. Sus preocupaciones son similares: estudios, amigos, música, política. Sin ignorar su importancia, las dos contemplan la religión como algo difuso y lejano. Sus conversaciones se harán más complejas al incorporarse -fugazmente- Fattuma, identificada con el integrismo islámico, y María, una joven catalana que contempla horrorizada los atentados del 11-M.

Ben Jelloun intercala algunos de sus artículos para comentar el terrorismo, la invasión de Iraq y Afganistán, la inmigración, el racismo. Partidario de la integración y no del multiculturalismo, Ben Jelloun intenta deshacer los estereotipos que han empañado la imagen de los países musulmanes. Meriem y Lydia consideran a Fattuma una víctima de la manipulación, pero Ben Jelloun entiende su posición como el fruto de un malestar que sólo se ha aplacado con la mediación de la fe. Frente al resto de los personajes, algo esquemáticos, Fattuma representa el anhelo de autoestima que comparten todos los jóvenes del Magreb y Oriente Medio. El giro hacia la intolerancia no es un rasgo del Islam, sino un peligro real de las democracias incapaces de promover valores con la fuerza necesaria para constituir una identidad individual y colectiva.

El diálogo entre Mariem, Lydia y María es mucho menos creíble que las manifestaciones de Fattuma, donde se aprecia el legítimo resentimiento de un agravio histórico con raíces seculares. Sin mucha inspiración, algún publicista ha asimilado el terrorismo suicida con el pensamiento mágico y la pulsión de muerte. Fattuma parece más perspicaz: morir por una causa (justa o no) es una rebelión contra un presente incapaz de resolver sus conflictos. El problema es que la muerte (propia o ajena) no resuelve nada, pero si lo que se pretende es comprender el mundo actual conviene preguntarse por qué la violencia se ha convertido para muchos en un motivo de esperanza y dignidad.