Image: Verano

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Novela

Verano

Manuel Rico

11 septiembre, 2008 02:00

Manuel Rico. Foto: Diego Sinova

Alianza, 2008. 404 pp, 22 euros

Un incidente, el suicidio de un lugareño anciano, convulsiona el apacible veraneo en la sierra madrileña de un grupo de amigos que compartieron activismo político antifranquista en las postrimerías de la dictadura. Aunque el propio Manuel Rico (Madrid, 1952) no citara Tormenta de verano, asociaríamos enseguida el procedimiento narrativo de Verano con el de la novela de García Hortelano: un estímulo externo se convierte en el revulsivo de unas conciencias que, así, llevan a cabo una reflexión sobre su existencia. Presente y pasado se entrelazan en tal análisis, y de ello sale una radiografía global del grupo. De la fuente de esto último no hay pista alguna, pero sin duda existe y tiene nombre propio, Vázquez Montalbán. La situación narrativa recuerda Los alegres muchachos de Atznavara y además ambos, Rico y el padre de Carvalho, acometen una revisión de la memoria histórica de nuestro país y llegan a mensajes pesimistas parecidos: las ilusiones de ayer, verduras de las eras fueron, podríamos decir con el poeta.

No en vano toda la obra novelesca de Rico, estudioso de Montalbán, gira sobre la indagación en los lastres que aquejan a nuestra sociedad como consecuencia de la guerra civil y de la dictadura. Figuras y situaciones y hasta el tipo de trama de Verano están ya en novelas suyas anteriores. Aquí, Enrique, escritor con pujos de originalidad, y que quiere conseguir una auténtica "novela de la realidad", pone en juego el recurso de mandar cartas falsas a personas cuyas reacciones él observará y con las que escribirá la correspondiente novela. A una de esas cartas se debe el suicidio aludido y a otra la reacción imprevista de varios de aquellos condiscípulos. Ambas anécdotas sirven de soporte a un amplio rescate de una memoria colectiva que abarca por trechos toda la postguerra.

El acierto de Verano está en la mirada compleja de un tiempo que requiere la imaginación alerta del escritor para obtener una radiografía abarcadora de cómo fue el pasado y qué resultados legó. Rico anuda en su recorrido por el ayer la represión de los vencidos en la alta postguerra y el antifranquismo de la juventud de los 60, y añade a estos dos pivotes la mala conciencia del represor (encarnado en un policía de la brigada político social) y su reconversión cuando llegó la democracia. Así, Rico dilata su fresco hasta abarcar la transición y lo ilumina desde un tiempo cercano: el verano de la crisis se data con precisión, 1999.

Esta amplia perspectiva produce un mensaje desencantado y los personajes desprenden un sentimiento de derrota. Pero Rico, narrador de la especie amenazada de los escritores comprometidos, no cae en el negativismo derrotista. Los protagonistas cuarentones están acompañados de sus adolescentes hijos. Los chicos disfrutan una libertad inconsciente, pero la crisis de ese verano sirve para vestir su adanismo histórico. En su acceso a la madurez empiezan a descubrir "los muertos de mi felicidad", que canta otro poeta.