Image: Tatami

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Novela

Tatami

Alberto Olmos

18 septiembre, 2008 02:00

Alberto Olmos

Lengua de Trapo, 2008. 128 páginas, 15,60 euros

Apenas rebasados los 30 años, tiene ya Alberto Olmos (Segovia, 1975) una obra narrativa considerable, un total de cinco novelas que da idea de un trabajo con sólido fundamento y que revela una escritura personal. Su narrativa tiene algunos signos de la modernidad que trata de acentuar. Así me lo parece al leer esta novela sintética que desarrolla en muy pocas páginas una historia en apariencia leve pero cargada de profundidad. Aquí, en Tatami, busca una máxima ligereza anecdótica que disimula un espesor muy grande.

Lo que se refiere en la novela es poco: durante un viaje en avión entre Madrid y Tokio, una chica, Olga, que se dirige a Japón para trabajar como profesora de español, aguanta las confesiones de otro profesor, de regreso al país oriental, Luis. Estas confesiones son las de un voyeurismo a la vez complaciente y traumatizante. Olga cae en las redes de una peripecia que le repele y seduce por la gracia de la fascinación de una historia, en lo que se puede ver un disimulado homenaje al poder intrínseco de cualquier relato bien urdido.

De ahí, de esa línea argumental previsible, sale un pequeño tratado de la naturaleza humana ceñido al campo de la pasión y el deseo, aunque no acabe ahí. El argumento no brilla por grandes hechos deslumbrantes o insólitos, pero sí está amueblado con detalles anecdóticos de inventiva y observación buenos, que constituyen en sí mismos un atractivo. Los sucesos están tratados con un ritmo de incertidumbre, opción valiosa de un peculiar suspense, que afecta tanto a la anécdota como al lector. Y la prosa juega con una sintaxis entrecortada, de frase brevísima y expeditiva, con buen instinto para lo conversacional, que apoya el ritmo señalado. Todos estos recursos tienen aire de extrema naturalidad y sencillez, pero revelan un narrador muy consciente, que trabaja en serio la lengua y la construcción para buscar un efecto expresivo.

En esta parte diríamos formal reside la aportación particular de Olmos, lo que hace que suene distinta e interese una comedida historia de patología que en otras manos podría tender al énfasis dostoievskiano. Acierta a darle un aire como de algo enfermizo en sentido corriente y para ello funciona el otro registro de su escritura, una perspectiva entre la ironía y el absurdo. Los pequeños hechos referidos andan a un paso de la distorsión y el disparate. Y los diálogos se acercan con frecuencia al equívoco y al juego verbal o conceptual. No tanto por señalar una influencia directa como por sugerir al lector una clave de escritura, Olmos recuerda los mejores momentos de Javier Tomeo, aunque no coincida ni en el irrealismo ni en el fantaseamiento kafkianos del veterano novelista aragonés.

Y aún coincide en algo más y más importante, en lo que antes he llamado el espesor de la fábula, que remite no tanto al divertido tratamiento del erotismo como a algo mucho más profundo y serio: la comunicación y la soledad. Los dimes y diretes de Olga y Luis más el conjunto de imágenes de la joven japonesa a quien espía el mirón dejan la huella de un desvalimiento muy grande. Viene a decir Olmos que estamos solos, muy solos. También insinúa que el mundo actual acentúa esa impresión, aunque reste valor intencional a la carga de documento del mundo moderno. En cualquier caso, es una novela triste, muy triste.

ALGO PERSONAL

l ¿Qué queda por contar del deseo tras las 16 horas de vuelo de Tatami?

-El tema me parece inagotable. Lo que echo de menos es una mujer que escriba sobre ese asunto sin tapujos ni engaños, como lo hizo Isabel Blare en UnaMujerSola.

l ¿Qué es la perversión?

-Todo lo que excede la normalidad sexual. No tengo tan claro qué es la normalidad sexual.

l ¿Y la perversión literaria?

-Creerse un genio es la perversión literaria más conocida.

l Como Olga, la protagonista del libro, ¿qué es lo que quiere y no quiere leer, y lo que quiere y no quiere escribir?

- No quiero escribir libros correctos; quiero escribir libros necesarios. No quiero leer a Paul Auster. Quiero leer Odio Barcelona.

l ¿Puede darme un par de ejemplos de ese 70 por ciento de mamoneo que caracteriza la vida literaria?

- La Residencia de Estudiantes. El Instituto Cervantes en su conjunto.

l Vivió tres años en Moka (Japón), ¿no le atraían las luces de Tokio? -Adoro Tokio. Viví donde mi vida privada me llevó. Y no fue precisamente fantástico.

l ¿Cómo se ve la vida desde una columna?

-De la peor manera posible, porque para ser optimista ya están las drogas. N. A