Novela

Manituana

3 julio, 2009 02:00

Trad. de nadie en particular. Mondadori. Barcelona,2009. 544 páginas, 23,90 euros.

La Historia es la tensión del presente hacia un porvenir posible. Las utopías incumplidas no son un lastre, sino la resistencia del espíritu a renunciar a un mundo menos áspero e injusto. Sólo Walter Benjamin ha elaborado una filosofía de la Historia, donde lo excluido exige recuperar su voz para cambiar el rumbo del presente. América del Norte pudo haberse constituido como una síntesis del espíritu ilustrado y la cultura indígena, pero ese proyecto no prosperó por la ambición de los colonizadores blancos y las grandes monarquías europeas.

Esa anomalía literaria y cultural que ha escogido el anonimato bajo el nombre de Wu Ming (un grupo de narradores italianos que trabajan de forma colectiva e impersonal, con una poética basada en una "cultura alternativa", donde no hay materiales despreciables ni géneros menores), ha escogido esta vez como orbe narrativo las complejas alianzas entre las Seis Naciones iroquesas con Gran Bretaña y Francia en la disputa por el futuro de la América colonial. La Independencia de los Estados Unidos no representará tan sólo la constitución de una nueva nación, sino también la hegemonía de un nuevo concepto en las relaciones entre el hombre y la tierra. En el Nuevo Continente, el espíritu ilustrado, pródigo en logros científicos, se reveló incapaz de entender tradiciones incompatibles con la razón, pero de una sabiduría centenaria. El pueblo iroqués sufrió una horrible decadencia por las bebidas alcohólicas, introducidas por los blancos, pero el espíritu de sus chamanes no era mera superstición, sino apertura a lo numinoso, a lo sagrado. Y lo sagrado no es la omnipotencia del dios blanco, sino la capacidad de sentir el tacto del agua en el lecho de un río o el imperceptible rumor de las montañas.

Wu Ming ha escrito una novela épica que se aproxima al poema sinfónico. Manituana podría compararse con la Heroica de Beethoven, pero deliberadamente distorsionada por notas estridentes y, por supuesto, sin la exaltación de los grandes genios políticos que esculpen el rumbo de la historia. Se aprecia más bien la nostalgia de una utopía apenas esbozada y radicalmente incumplida. Los iroqueses actúan con brutalidad, torturando y escalpando a sus víctimas, pero antes de la presencia de los blancos, acogían y adoptaban a sus prisioneros, menospreciando los linajes y tolerando el mestizaje. Los rebeldes que luchan por una nación independiente no ocultan su desprecio por las tribus indígenas. Aunque se promueva la evangelización, los nuevos Estados soberanos, libres al fin de la corona inglesa, impondrán la segregación como la norma fundamental de una nación blanca y protestante. La Casa Larga, el nombre que designa a las Seis naciones iroquesas, tendrá que escoger entre el dominio inglés o el francés, pero ambos países les traicionarán. Cuando se alejan de su tierra hacia las Mil Islas (Manituana), los iroqueses se plantean que "no hay luto para el que es capaz de soñar". Hay fronteras y armas que las protegen, pero la ensoñación es más poderosa que cualquier fuerte. Y la muerte es una ilusión. "No hay destrucción para quien comprende la ley del tiempo".

Al parecer, Wu Ming se planteó con Manituana responder a la perplejidad de muchos norteamericanos que, tras el 11-S, se preguntaban: ¿Por qué nos odian? Tal vez la masacre de Wounded Knee, último gesto de resistencia del pueblo sioux, pueda disipar el estupor de una nación que forjó su identidad exterminando a las culturas nativas. El actual multiculturalismo parece un acto de justicia histórica, donde lo aniquilado reaparece con un poder indestructible. Manituana no es una novela, sino un sueño que intenta revertir dos siglos de dolor y ensimismamiento.