Image: Cuentas pendientes

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Novela

Cuentas pendientes

Martin Kohan

16 abril, 2010 02:00

Martin Kohan. Foto: Joanne Chan

Anagrama. Barcelona, 2010. 185 páginas, 15 euros


Con la concesión del premio Herralde 2007 por su novela Ciencias morales, Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) se sumó en nuestro país al numeroso grupo de voces interesantes y prometedoras de la narrativa hispanoamericana de la actualidad. No defrauda en absoluto las expectativas con este nuevo trabajo, Cuentas pendientes, donde nos asoma a una vida reducida y corriente: la del casi octogenario Lito Giménez, un bonaerense solitario y terco, separado de su mujer, sobre el que Kohan, de modo deliberado, proyecta tantas zonas de luz como de sombra.

Pues no encontrará aquí el lector al heroico Pereira de Tabucchi, sino a un personaje común, truculento, una especie de pícaro superviviente zarandeado por la mala fortuna, que exhibe en el trato con sus semejantes una cierta amabilidad y sabiduría de la vida, pero también un catálogo amplio de ruindades. El aire inicial de caricatura (ese viejo desmemoriado y tacaño, propenso a los accidentes domésticos, cuya ex esposa y suegra centenaria viven tres pisos más arriba) podría hacer pensar en una novela con intención cómica.

Conforme avanza la trama, comprendemos hasta qué punto estas Cuentas pendientes tratan asuntos serios, sobre todo cuando se apunta en pinceladas a la historia reciente de Argentina (hacia esos desaparecidos que simplemente "no son. No están") y aparecen figuras tan inquietantes y de turbio pasado como el anciano coronel Vilanova, en su día especializado en el secuestro de niños de disidentes y posterior "recolocación" en "familias de bien". Grande es el monólogo que lo delata entre pags. 107 y 111.

Kohan escribe con una elegante ligereza, con gran atención al ritmo de una prosa salpicada de casticismo, ironía y humor. Lo suyo es la palabra medida, certera, con gracia. Consigue en pocos trazos un gran y convincente retrato del jubilado Giménez, entrampado entre la ex esposa, el portero, el casero, los vecinos y alguna que otra prostituta, al tiempo que acerca la cámara a los secretos, dolores e imposibilidades de una familia y una clase social. Una novela tan bienhumorada como dura y amarga, que parece compadecerse del horizonte mínimo que le queda a tanta gente. Gran ocurrencia la transmutación del agobiado casero en autor literario.

La visita de éste para reclamar al jubilado las mensualidades atrasadas, congela la novela, la deja tan "pendiente" como las cuentas del título, después de habernos asomado por una rendija a la vida cotidiana de Giménez. El truco del narrador da lugar a una hermosa conversación acerca del "don de la imaginación". Dos personajes confrontados y uno diría que también dos soledades, sin atreverse a pronosticar cuál sea mayor.