Blanco nocturno
Ricardo Piglia
3 septiembre, 2010 02:00Ricardo Piglia. Foto: Domenec Umbert
Por otro lado, Blanco nocturno tiene como punto de partida un crimen enigmático y la indagación subsiguiente, a cargo del viejo comisario Croce, de legendaria intuición para resolver misterios, lo que obliga a recordar la familiaridad de Ricardo Piglia con la narración de misterio, que ha practicado y sobre la que ha teorizado, especialmente en la modalidad de la novela negra. Así En Blanco nocturno es casi imposible no relacionar a las hermanas Belladona con las hijas del general Sternwood, que contrata a Marlowe en El sueño eterno para resolver un intrincado problema en el que al final -como sucede también aquí- quedan no pocos cabos sueltos, porque lo importante en las novelas de Chandler, como en ésta del autor argentino, no es tanto la solución lógica del enigma como la mostración descarnada de las corruptelas y vicios de una sociedad en apariencia normal y apacible.
Las tensiones familiares ocultas, la codicia y el engaño que presiden las conductas de varios personajes, como el fiscal Cueto -y que afectan gravemente a la administración de justicia-, son elementos más decisivos que la solución del asesinato de Tony Durán, y ayudan a configurar un marco decadente y semiderruido de naturaleza faulkneriana, en el que las rencillas pasadas y las viejas historias de familia pesan sobre el presente y lo condicionan.
La narración, que comienza in medias res y va ampliándose mediante analepsis en sucesivos círculos de información hábilmente dosificada, se vale de distintos métodos; esencialmente, la multiplicación de puntos de vista con perspectivas complementarias y a veces dispares -porque existen indicios sin carácter probatorio e intuiciones certeras faltas igualmente de apoyo-, que permiten al lector formar sus propios juicios acerca de unos personajes, por otra parte caracterizados con sutileza, que no se limitan a desfilar mecánicamente por las páginas, sino que recuerdan, sienten, reflexionan: las conjeturas del comisario Croce, las declaraciones de Sofía Belladona a Renzi, la narración de Luca -tal vez el único personaje ejemplarmente aferrado a un proyecto tan noble como ilusorio- y sus anotaciones dictadas a Schultz, así como las averiguaciones de Renzi, conducen, de todos modos, a la convicción de que la verdad es escurridiza y que, incluso cuando se cree haberla atrapado, las artimañas de la ley siempre consiguen desfigurarla.
Conclusión desoladora, claro está, si bien no cabía esperar otra cosa de una novela en la que se amalgaman con naturalidad Faulkner y Chandler, lo que da como resultado un fresco de notable intensidad, centrado en un pueblo paralítico de la Pampa que aparece delineado con rasgos tan escuetos como eficaces -en ambientes, en algunos paisajes, en interiores como la vieja fábrica y en retratos personales, sobre todo- y servido por un lenguaje preciso, especialmente en los registros conversacionales, donde brilla en todo momento un excelente escritor, forjado en menesteres muy distintos y que no confunde la obra novelesca, como ocurre con harta frecuencia, con el mero relato superficial y encadenado de unos cuantos hechos.