Menchu Gutiérrez
En un breve prólogo, y después de aclarar que "durante muchos años, viví en el vientre de un faro en la costa norte española", la autora precisa que el volumen contiene, en realidad, dos textos diferentes: "Basenji" -que es la pieza más extensa- y "El faro por dentro", relato "del último día de vida en el faro, y un homenaje a la luz que hace de éste y de todos los faros del mundo uno solo". Y algo más: una extraordinaria y singular elegía en prosa que cierra veinte años de vida y en la que se mezclan recuerdos, contemplación de objetos que delatan el paso del tiempo, sensaciones de extremada sutileza, pensamientos que confieren valor simbólico al faro y la luz que regala, al paisaje envolvente, a la majestuosidad del mar. En realidad, no existe independencia total entre las dos piezas del volumen; la primera, que da título al libro, concluye con la mención del perro africano Basenji, única compañía del farero y depositario de sus confidencias, la segunda comienza con la descripción pormenorizada del perro, de sus características peculiares y de su origen ignoto.
Menchu Gutiérrez es una excelente escritora, de impecable precisión léxica y con la suficiente inventiva verbal para sorprender de vez en cuando con inesperadas acuñaciones, que a veces traen ecos literarios precisos y recuerdan que la autora ha cultivado también la poesía. Los versos de Guillén "Albor. El horizonte / entreabre sus pestañas" -a su vez procedentes de un pasaje en prosa de fray Luis de León- resucitan así: "El párpado del cielo y el párpado del mar se cierran un poco más, confundiéndose" (p. 54). Una quemadura que produce un agujero se transmuta en un súbito volcán: "Una brasa saltó de la chimenea y fue a estrellarse contra el abrigo […] Observé cómo la brasa perforaba el paño, humeaba y, antes de desaparecer, cauterizaba los hilos del volcán abierto" (p. 165). Al contemplar sus manos con rasguños y heridas, el personaje traslada el mundo de la enfermedad a la visión de una rendija del techo: "La herida del techo supuraba calor africano" (p. 166). Esta mirada, este continuo buceo introspectivo que reduce aún más el estrecho recinto del faro a los dominios del propio yo y subraya su analogía, es lo más valioso de El faro por dentro. Las acciones externas -visitas al médico, arreglos de pequeños desperfectos- no sólo no añaden dinamismo alguno al desarrollo de la historia, sino que acentúan la absoluta soledad del personaje, que es, a fin de cuentas, motivo central de la historia; lo mismo sucede con el deliberado escamoteo de sus antecedentes, donde figura un accidente al parecer decisivo que apenas merece alguna mención de pasada. Sólo algunos hechos, como ciertas pesadillas del personaje o la frenética actividad del perro Basenji al excavar un hoyo, adquieren el valor de elementos premonitorios o simbólicos y encaminan el relato hacia el único desenlace posible. Buena literatura, soliloquio íntimo, hecho para lectores que rechacen los grandes gestos y la retórica consabida y prefieran la introspección y el lirismo en voz baja, El faro por dentro descubre una vez más la singularidad de una escritora sin parangón entre sus coetáneos.