Guillermo Fadanelli. Foto: Joaquín Marco
La pretensión del novelista -que se sirve del narrador Frank Henestrosa, un periodista fracasado como creador- es convertir la vida de un extraño hotel en el DF en un escenario por el que pululan personajes de diversa condición. El tema fue utilizado ya en la novela europea y en el cine estadounidense, pero como el propio autor señala: "Muchas voces se abren paso en la novela, y si prestamos un poco de atención a lo que aquí sucede nos daremos cuenta de que en este hotel también existe un cuarto para cada uno de nosotros". La técnica le recordará al lector español La colmena, de Camilo José Cela. También aquí los personajes, de la sombra a la luz, forman parte de un tiovivo, en un escenario degradado: las habitaciones del hotel Isabel con su bar y restaurante, donde en pocos días cuentan sus vidas en confesiones marcadas por el expresionismo, convertidos en modelos de sucesivos fracasos vitales, en tanto que el submundo de hampones, traficantes de droga y hasta asesinos delatan su existencia y avatares. Fadanelli mantiene un intenso tono narrativo hasta culminar en el asesinato de Sofía, joven de la buena sociedad, enamorada de su primo Gabriel Sandler, un seudoartista golfo, al que acabará descubriéndolo en el hotel. Ella, enamorada, como contraste, será el ser menos corrupto y el más vulnerable de una muy nutrida galería de personajes. La novela se organiza en pequeños relatos (casi independientes como el de la p. 137 y siguientes) que se cierran en un sistema circular.
Detrás del degradado escenario aparece la figura misteriosa de la Señora (se trata en realidad de un hombre ya anciano, aunque domine una vasta red de delincuencia centrada en la cocaína que rechza, sin embargo, los secuestros). El novelista traza con eficacia el clima, los ambientes, la corrupción policial, el escaso valor de la vida y una cierta resignación ante una realidad deprimente que envuelve el centro urbano. Se convierte, en ocasiones, en una denuncia: "Uno se aburre de contar las muertes en México" (p. 208) o en una descripciónde cortantes aristas: "El camión recolector de basura se detendrá en una esquina durante más de dos horas y costales enteros, llenos de carne podrida y plástico, serán lanzados a su interior, de las cocinas subterráneas saldrán botes supurantes y de los hoteles toallas manchadas y de las tiendas bolsas de plástico, cucarachas muertas a causa de una sobredosis de insecticida y moscas a las que nuestra pedante humanidad no termina de acostumbrarse" (p. 208). Stefan, un turista alemán algo anarquista y jardinero, llega a conocer a la Señora, aunque su interés se centre en el consumo de droga, elemento que circula y justifica a delincuentes y colaboradores que habitan una zona del hotel. Las continuas introspecciones alternan con diálogos desde los que se ofrece otra perspectiva de lo cotidiano. Roberto Davison es ya un acabado exhibidor de publicidad televisiva, interesado por el sexo con la todavía joven Gloria, quien no tendrá empacho en acostarse con otro en una de las habitaciones vecinas. Laura se le resiste al escritor que no escribe, quien estima que "si uno habla es porque no sabe lo que dice, no es de otra manera, se habla porque se es un idiota y el lenguaje es la prueba de que nada es lo mismo que nada" (p. 238). Pero El Boomerang Riaño, el Nairobi, sobrino de la Señora, Susana Servín o Camila Salinas, controladora de la habitación 14, donde se almacena el dinero, forman parte destacada de este submundo que acabará abandonando el hotel. Hotel DF es una excelente muestra de un estilo capaz de iluminar las zonas sociales más oscuras, en contraste con la buena sociedad, con la que interactúa. Fadanelli posee un estilo ágil, eficaz, oportuno para descifrar el México DF urbano más desolado y brutal.