Pablo de Santis. José Cuéllar

Destino. Barcelona, 2011. 270 pp., 17'50 e.



El argentino Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) es un caso palmario de facultades para el menester literario. Se ha movido con la misma soltura en el terreno de la novelística como en los del periodismo, la literatura juvenil o la escritura de guiones para historietas gráficas. Desde 1987 tiene en su haber más de una docena de novelas, y esa asiduidad le ha permitido alcanzar una destreza narrativa indudable. Los anticuarios comienza narrando la difícil lucha por la subsistencia del joven Santiago Lebrón durante los años 50 del pasado siglo en el ámbito urbano -hostil y a menudo incomprensible- de Buenos Aires, evocada por él mismo años más tarde, cuando vive solo y encastillado en una librería de viejo de su propiedad. Santiago comienza reparando máquinas de escribir, pasa luego a componer crucigramas destinados a las páginas de pasatiempos de un periódico y acaba trabajando en la librería de viejo de Carlos Calisser. En este sucinto resumen se adivinan ya ciertas coincidencias o conexiones con otras obras del autor. Así, las dificultades para sobrevivir sufridas por un joven que empieza, la escasez económica y el nomadismo continuo por alojamientos en pensiones modestas recuerdan experiencias de los personajes de Las plantas carnívoras o Desde el ojo del pez. La familiaridad con el mundo de los libros, de las subastas, de la compraventa de bibliotecas y del rastreo de ejemplares valiosos, así como los inevitables juicios y recuerdos literarios, vinculan estas páginas a relatos como "Filosofía y Letras" y "La traducción", cuyos protagonistas son escritores. Cualquier lector de Pablo de Santis, en fin, reconocerá sin dificultades el mundo propio que el autor ha ido configurando en su trayectoria narrativa, su estilo nítido, animado a veces por sorprendentes símiles (en unos libros viejos y destrozados "las hormigas recorrían las páginas, como letras extraviadas que buscaran su lugar perdido", p. 151) y también su extraordinaria intuición para estructurar historias. Ya en las primeras dos páginas, al evocar sucintamente los juegos de la edad escolar, el episodio de la niña que se corta con un cristal y el descubrimiento por parte de Santiago de libros sin guillotinar en la biblioteca, como si fueran "libros destinados a guardar un secreto" (p. 11) son dos detalles ínfimos que pueden pasar inadvertidos al lector y que, sin embargo, constituyen otros tantos anticipos de dos motivos esenciales de la obra: el vampirismo, por un lado, y la búsqueda tenaz de un rarísimo volumen perdido, un antiguo Ars amandi que contiene un secreto decisivo.



Porque, en efecto, Los anticuarios recae, siguiendo una corriente de moda, en el tema de los vampiros, aunque lo hace procurando evitar las truculencias fáciles y relacionándolo -esto es lo esencial- con la existencia de organismos políticos de control y espionaje, como el misterioso Ministerio de lo Oculto, cuyas enigmáticas actividades invitan a pensar en una alegoría referida a una sociedad llena de secretos, donde la delación y el asesinato son formas habituales de represión. Esta vertiente de la historia, equidistante entre Kafka -con su mundo asfixiante de amenazas ocultas e inconcretas- y la novela negra de mujeres peligrosas, asesinos implacables y próceres corruptos, refleja también ecos de modelos literarios ya reconocibles en otras obras del autor. Y existe ese conjunto de leves alusiones mediante las cuales la historia de los vampiros, actualizada sin abandonar por ello los rasgos esenciales de la tradición, permite al lector ir imaginando o construyendo, en un segundo plano que se insinúa, una historia paralela de exterminadores y víctimas, de grupos represores y minorías obligadas a ocultarse para sobrevivir, que constituye sin duda lo más valioso de la novela, concebida, en cierto modo, de acuerdo con ciertos cánones del cómic adulto -lo que no resulta extraño en quien ha sido guionista del género-, con historias de apariencia irreal o tópica que encierran, sin embargo, contenidos de gran densidad. No se busquen analogías entre esta narración y las novelitas de vampiros para lectores física o mentalmente adolescentes que han figurado en las listas de éxitos de los últimos años.