Andrés Barba
Esta escasa peripecia es muy propicia a los registros intimistas en los que Barba se mueve muy bien y les saca buen partido. El encuentro de los tres personajes tiene el valor simbólico si no de una situación extrema, sí excepcional. Las tensiones entre los excursionistas y la relación con Miguel de ambos permite desplegar un amplio repertorio de actitudes, además de un variado buceo en psicologías diferenciadas. El comportamiento de los tres se subordina, además, al proceso agónico del caballo, el cual, bastante humanizado, alcanza un papel de cercana importancia al de las personas gracias a plásticas descripciones, casi visuales, duras pero sin truculencias. En realidad, Barba concibe la mínima acción enmarcada en unas pocas horas como pretexto para desarrollar puros movimientos interiores. En ellos afloran oscilaciones de la conciencia enfrentada a unos pocos temas: la pasión y el amor, el desvalimiento, la compasión y la propia muerte. Al fin, el autor hace un relato moral que gira en torno a la revelación de la identidad. Es un mérito que la densidad del conflicto se canalice a través de una composición muy sencilla basada en diálogos y descripciones sucintos. Y otro que el sutil asedio a unas almas afligidas produzca alta fuerza emotiva. Pero una novela no es solo un fondo interesante comunicado con destreza, sino también una construcción verbal. Y aquí hay que reprocharle a Andrés Barba síntomas de dejadez, raros en un escritor que suele cuidar su prosa. El más grave: no es de recibo la acumulación de decenas y decenas de adverbios acabados en "-mente".