Tropo, 2011. 133 pp, 17 e.



En la contracubierta de este primer libro de la polifacética Marian Womack se afirma que se trata de una novela, aunque yo no estoy del todo de acuerdo. Un perfil apresurado de la autora, gaditana treintañera, nos obliga a nombrar su licenciatura en literatura inglesa por la Universidad de Glasgow, su larga dedicación a la traducción literaria y su reciente faceta de editora, al frente de Nevsky, una pequeña editorial especializada en literatura rusa. No son datos baladíes, puesto que todos ellos parecen tener su correspondencia en estas páginas. El amor por lo eslavo, las experiencias como estudiante en otros países o el amor por la literatura se desbordan en las páginas de este hermoso debut, que es también una declaración de intenciones nada frecuente.



Quien antes haya leído a Womack -ha podido hacerlo en antologías como Akelarre. Antología del cuento de terror (Salto de Página, 2010) o Antología de los corazones sucios (Baladí, 2010)- ya sabe que la marca de la casa es un hilo conductor sutil, apenas narrativo, cargado de imágenes poéticas. Leer a Womack es una experiencia sensorial. Sus textos son de una belleza deslumbrante. Sus personajes, protagonistas de tragedia que nos conturbarán. Esta ¿novela? cuenta una historia de viajes y desolaciones. Mujeres solas "como islas" enfrentadas al mundo, que buscan su lugar en él, aunque a veces lo detesten.