Benjamín Prado. Foto: Paolo Aguilar
Como en su novela anterior, Prado disponía de abundante material informativo, y lo ha aprovechado adecuadamente. Sobre la tenebrosa red Gladio existe un libro ya clásico, del historiador Daniele Ganser, del que procede casi todo lo que se ha escrito después, incluidos algunos reportajes en periódicos españoles. Daniel Sueiro ofreció hace años testimonios de primera mano sobre la construcción del Valle de los Caídos. Pues bien: todo el capítulo 10 lo ocupan las conversaciones entre cinco personas con anécdotas ya conocidas acerca de este asunto que no hacen progresar la acción. ¿Debe la novela usurpar el terreno de la historia o del simple reportaje cuando no añade informaciones nuevas? No siempre la abundancia de datos es pertinente. Y tratar de resumir el pasado reciente, a fin de proporcionar la información adecuada al lector desorientado, mediante supuestas entrevistas de Alicia a distintos personajes políticos de la época no constituye, por así decirlo, el modo narrativo más recomendable. Una ingenuidad análoga conduce a caracterizar a los personajes -que a menudo son únicamente voces transmisoras de opiniones políticas- mediante rasgos específicos que se ensartan en unas pocas páginas: la familiaridad de Mónica con la mitología clásica, la sabiduría enológica de Juan y Enrique, los conocimientos sobre el lenguaje corporal de Alicia... La idea de erigir como asunto narrativo la red Gladio era excelente -aunque en el afán por incluir a España en su órbita se roce en algún momento la política-ficción-, y muchos lectores agradecerán informaciones poco difundidas que aquí se ofrecen. Como construcción novelesca, sin embargo, Operación Gladio tiene numerosos puntos débiles: demasiados personajes esquemáticos, psicología definida y no mostrada, diálogos que son más bien monólogos yuxtapuestos, reiteraciones prolijas. Está mejor escrita que Mala gente que camina -recordada con cierta complacencia por el propio Juan (p. 344)-, aunque subsista, atenuada, cierta propensión al lenguaje oficinesco y mercantil ("no supo gestionar sus emociones y obtener de ellas algún beneficio", p. 119) o se mantenga el hiriente "punto y final" (pp. 83, 129, 214, 227) tan en boga hoy, además de urdir alguna vez frases un tanto trabajosas: "... que tenía una serie de balazos encadenados que demuestran de manera innegable que recibió..." (p. 114).