Benjamín Prado. Foto: Paolo Aguilar

Alfaguara. Madrid, 2011. 380 páginas. 17'90 euros



Juan Urbano, protagonista de la novela anterior (Mala gente que camina, 2006) del madrileño Benjamín Prado (1961), reaparece en Operación Gladio, cuyo planteamiento narrativo no difiere mucho del que presidía aquel relato: se trata de reconstruir una parcela de la historia española de las últimas décadas, al amparo de una trama cuyo hilo conductor es aquí doble: por una parte, existen unas indagaciones que lleva a cabo la periodista Alicia Durán -que Juan deberá completar- acerca de la red clandestina Gladio, responsable de numerosos atentados en diversos países europeos durante la guerra fría; por otra, un grupo de voluntarios trata de aprovechar la Ley de la Memoria Histórica para dar con el paradero de unas víctimas republicanas enterradas primero en un lugar y trasladadas posteriormente al Valle de los Caídos. Lo cierto es que, a pesar de los esfuerzos del autor, ambas líneas temáticas no se compaginan bien, y en muchos momentos se diluyen en medio de informaciones y sobreentendidos aptos sólo para lectores familiarizados con la época (¿qué sabe un lector de 30 años de las muertes de Arturo Ruiz o Enrique Ruano, de Sánchez Covisa, del policía apodado Billy el Niño, del GRAPO o de la matanza de los abogados de Atocha?), problema que aqueja a otras novelas de estos últimos años, más volcadas en la historia reciente que en crear conflictos que sobrepasen el terreno doméstico y aspiren a la universalidad (piénsese en títulos como Francomoribundia o La agonía del dragón, de Juan Luis Cebrián, por citar dos ejemplos de marco temático afín al de esta novela. Si en casos como estos se pretende emular modelos del tipo de F. Forsyth (Odessa, Los perros de la guerra) -como lo hace, en su faceta más superficial, la novela de Rodríguez Bajón La trama Gladio (2005)-, hay que recordar que el escritor británico suele plantear temas que no se agotan dentro de las fronteras de un país, además de no perder nunca de vista la necesidad de crear personajes bien perfilados y con cierta hondura psicológica, es decir, de no ahogar la narración en la historia.



Como en su novela anterior, Prado disponía de abundante material informativo, y lo ha aprovechado adecuadamente. Sobre la tenebrosa red Gladio existe un libro ya clásico, del historiador Daniele Ganser, del que procede casi todo lo que se ha escrito después, incluidos algunos reportajes en periódicos españoles. Daniel Sueiro ofreció hace años testimonios de primera mano sobre la construcción del Valle de los Caídos. Pues bien: todo el capítulo 10 lo ocupan las conversaciones entre cinco personas con anécdotas ya conocidas acerca de este asunto que no hacen progresar la acción. ¿Debe la novela usurpar el terreno de la historia o del simple reportaje cuando no añade informaciones nuevas? No siempre la abundancia de datos es pertinente. Y tratar de resumir el pasado reciente, a fin de proporcionar la información adecuada al lector desorientado, mediante supuestas entrevistas de Alicia a distintos personajes políticos de la época no constituye, por así decirlo, el modo narrativo más recomendable. Una ingenuidad análoga conduce a caracterizar a los personajes -que a menudo son únicamente voces transmisoras de opiniones políticas- mediante rasgos específicos que se ensartan en unas pocas páginas: la familiaridad de Mónica con la mitología clásica, la sabiduría enológica de Juan y Enrique, los conocimientos sobre el lenguaje corporal de Alicia... La idea de erigir como asunto narrativo la red Gladio era excelente -aunque en el afán por incluir a España en su órbita se roce en algún momento la política-ficción-, y muchos lectores agradecerán informaciones poco difundidas que aquí se ofrecen. Como construcción novelesca, sin embargo, Operación Gladio tiene numerosos puntos débiles: demasiados personajes esquemáticos, psicología definida y no mostrada, diálogos que son más bien monólogos yuxtapuestos, reiteraciones prolijas. Está mejor escrita que Mala gente que camina -recordada con cierta complacencia por el propio Juan (p. 344)-, aunque subsista, atenuada, cierta propensión al lenguaje oficinesco y mercantil ("no supo gestionar sus emociones y obtener de ellas algún beneficio", p. 119) o se mantenga el hiriente "punto y final" (pp. 83, 129, 214, 227) tan en boga hoy, además de urdir alguna vez frases un tanto trabajosas: "... que tenía una serie de balazos encadenados que demuestran de manera innegable que recibió..." (p. 114).