Por una causa justa respetó los cánones del realismo socialista, sin expresar ninguna discrepancia intolerable para el régimen. Se aceptó que la novela exaltara al pueblo y a los combatientes, mostrando ciertas reservas hacia el trabajo burocrático. Ese pequeño margen de disidencia no alteraba nada esencial en la evocación de la Gran Guerra Patriótica, que Grossman soportó en sus propias carnes como corresponsal de Estrella Roja. La miopía le impidió combatir, pero acompañará al Ejército Rojo hasta Berlín, relatando las matanzas de los Einsatzgruppen en Ucrania y Polonia. Sus artículos sobre Treblinka y Majdanek se utilizaron como pruebas en los juicios de Nuremberg. Grossman sobrevivió al conflicto, pero perdió a su madre (su familia era judía) y a un hijo. Por una causa justa es una excelente novela de guerra que nos acerca al sufrimiento de los diferentes estratos de la sociedad rusa, transitando desde el campesinado a los intelectuales, sin eludir el retrato de los responsables de la catástrofe. Grossman adopta el punto de vista del narrador omnisciente para explorar la psicología de Hitler y Mussolini. Se echa de menos un estudio semejante de Stalin, pero las circunstancias no lo permitieron. Las investigaciones posteriores nos han demostrado que Stalin mostró el mismo desprecio por el sufrimiento individual que Hitler. Ambos asumieron la pérdida de vidas como un dato estadístico moralmente irrelevante.
Grossman nos aproxima a ese lado de la guerra que sólo pueden captar los implicados en los acontecimientos. Conviene recordar que Grossman es un periodista. No es Tolstoi, recreando las campañas napoleónicas desde el sótano de Yasnaia Polania, sino un testigo que se proyecta en la figura de Shtrum, el físico que actuará como centro narrativo en Vida y destino. Sus vivencias impulsan una escritura minuciosa, reflexiva, apasionada, afligida, estremecida, donde se mezcla la impotencia de los desplazados, el coraje de los combatientes y la crueldad del invasor. No hay espacio para el derrotismo. Cuando se especula con el desenlace de la guerra, uno de los personajes se acerca mentalmente a una estantería con las obras de Pushkin, Tolstoi y Lenin y adquiere la firme convicción de la victoria final sobre el fascismo.
Grossman no se limita a los esquemas formales del realismo socialista. Al igual que Dostoievski, reconstruye los vericuetos del alma humana en su litigio con la fatalidad. Sus héroes encarnan el espíritu de resistencia, el compromiso con la vida, el afán de superar las experiencias traumáticas. No son "personajes de cartel", sino de carne y hueso. Es cierto que no hay innovaciones formales, pero se trata de una narración contemporánea, donde las concesiones ideológicas no logran borrar la pérdida de la inocencia y un cierto desencanto. Al meditar sobre el ascenso de Hitler al poder, surge la pregunta sobre las extrañas piruetas de la historia, que a veces encumbra a personajes ridículos y mediocres. Por una causa justa es la antesala de Vida y destino. No es un esbozo, sino una obra necesaria. A pesar de su publicación por separado, ambas forman parte de un ciclo que se cierra con Todo fluye, más de dos mil páginas donde el siglo XX comparece en todos sus miserias y grandezas. El que no las lea se perderá uno de los frescos más deslumbrantes de una época pródiga en infortunios.