Anagrama, 184 pp. 15 euros



"No es una cosa que hice una vez y luego deshice. No es como la vida de ustedes", reprocha el viejo profesor Delgado al protagonista en la página 140 de Un sueño fugaz, última novela de Iván Thays (Lima, 1968) tras su brillante Un lugar llamado oreja de perro. No es casualidad, pues el asunto del libro es el ascenso y caída de un grupo de amigos escritores desde sus años juveniles hasta la edad anciana, el tránsito desde el entusiasmo hasta una realidad bastante cruda en la que afloran muchos amores que devinieron envidias u odios, o que tal vez siempre lo fueron. Esta es, pues, una historia amarga, aunque de modo muy diferente al de su anterior novela. Allí un periodista contaba el drama de la vulneración de los derechos humanos en una apartada población de altitud del Perú y, de paso, el fracaso personal del protagonista, a punto de separarse y hundido por la muerte de un hijo.



Aquí también hay matrimonios rotos y pérdidas de un trastornado hijo treceañero, pero la amargura surge tras una despiadada y sostenida crítica del mundillo literario y sus vanos afanes. La puesta en escena es un juvenil taller literario llamado Centeno, la figura central es un escritor en ciernes, vanidoso y pagado de sí mismo, que nos detalla sus relaciones con Sumalavia, Esteban, Milovana… y su vertiginoso ascenso hasta una fama "de un cuarto de hora". Vivirá muchos años en Italia, se casará, perderá al niño, y esa pérdida parece disparar todas las otras al regreso definitivo al país natal. Thays retrata a conciencia a un personaje que no se hace precisamente querer: una figura pasiva, anodina, dada a infidelidades y comentarios malévolos, engreída en su "infinito regodeo del yo" (p. 41), e hipersensible a los defectos y mellas del tiempo en los otros, especialmente en las mujeres que conoció jóvenes. Thays es un escritor de prosa precisa, inventiva y cautivadora. Con él, un capítulo como el que detalla la estancia con Ana en la casa de la campiña romana puede resultar a la vez absurdo e intenso. La novela se va volviendo más honda desde el viaje en automóvil de los tres amigos, metáfora de su soledad y de la conciencia de la esterilidad que han alcanzado. Hermoso e instructivo final, donde una joven periodista y su fotógrafo encienden aún el rescoldo de la pétrea vanidad del anciano.