Aquí también hay matrimonios rotos y pérdidas de un trastornado hijo treceañero, pero la amargura surge tras una despiadada y sostenida crítica del mundillo literario y sus vanos afanes. La puesta en escena es un juvenil taller literario llamado Centeno, la figura central es un escritor en ciernes, vanidoso y pagado de sí mismo, que nos detalla sus relaciones con Sumalavia, Esteban, Milovana… y su vertiginoso ascenso hasta una fama "de un cuarto de hora". Vivirá muchos años en Italia, se casará, perderá al niño, y esa pérdida parece disparar todas las otras al regreso definitivo al país natal. Thays retrata a conciencia a un personaje que no se hace precisamente querer: una figura pasiva, anodina, dada a infidelidades y comentarios malévolos, engreída en su "infinito regodeo del yo" (p. 41), e hipersensible a los defectos y mellas del tiempo en los otros, especialmente en las mujeres que conoció jóvenes. Thays es un escritor de prosa precisa, inventiva y cautivadora. Con él, un capítulo como el que detalla la estancia con Ana en la casa de la campiña romana puede resultar a la vez absurdo e intenso. La novela se va volviendo más honda desde el viaje en automóvil de los tres amigos, metáfora de su soledad y de la conciencia de la esterilidad que han alcanzado. Hermoso e instructivo final, donde una joven periodista y su fotógrafo encienden aún el rescoldo de la pétrea vanidad del anciano.
Un sueño fugaz
Iván Thays
20 mayo, 2011 02:00Aquí también hay matrimonios rotos y pérdidas de un trastornado hijo treceañero, pero la amargura surge tras una despiadada y sostenida crítica del mundillo literario y sus vanos afanes. La puesta en escena es un juvenil taller literario llamado Centeno, la figura central es un escritor en ciernes, vanidoso y pagado de sí mismo, que nos detalla sus relaciones con Sumalavia, Esteban, Milovana… y su vertiginoso ascenso hasta una fama "de un cuarto de hora". Vivirá muchos años en Italia, se casará, perderá al niño, y esa pérdida parece disparar todas las otras al regreso definitivo al país natal. Thays retrata a conciencia a un personaje que no se hace precisamente querer: una figura pasiva, anodina, dada a infidelidades y comentarios malévolos, engreída en su "infinito regodeo del yo" (p. 41), e hipersensible a los defectos y mellas del tiempo en los otros, especialmente en las mujeres que conoció jóvenes. Thays es un escritor de prosa precisa, inventiva y cautivadora. Con él, un capítulo como el que detalla la estancia con Ana en la casa de la campiña romana puede resultar a la vez absurdo e intenso. La novela se va volviendo más honda desde el viaje en automóvil de los tres amigos, metáfora de su soledad y de la conciencia de la esterilidad que han alcanzado. Hermoso e instructivo final, donde una joven periodista y su fotógrafo encienden aún el rescoldo de la pétrea vanidad del anciano.