Christos Tsiolkas. Foto: M. Paul

Traducción de Ana Herrera. RBA. 539 páginas, 23 euros.

Si de algo se ha hablado este año en el mundo literario es de la novela del australiano Christos Tsiolkas (Melbourne, 1965), un escritor que publica novelas desde hace más de 15 años, pero que con La bofetada ha saltado a la fama internacional. Obtuvo la Medalla de Oro de la Australian Literature Society (2008), el Commonwealth Writers Prize (2009) y el Vance Palmer Prize for Fiction (2009), y estuvo seleccionado para el Man Booker Prize (2010). Tsiolkas empezó su carrera como editor hasta que decidió buscarse una identidad australiana, -es de origen griego-, a través de la literatura. A Tsiolkas le interesa el lenguaje, desprovisto de cualquier floritura que pudiera parecer literaria. Para él, si la obra no refleja la realidad tal cual la percibe, no tiene sentido. De hecho, La bofetada no es un libro para lectores que busquen evadirse, ni un rincón tranquilo en el que deleitarse a la caída de la tarde. La novela es una bofetada que te hace despertar ante una violenta realidad que nosotros hemos decidido vivir.



La obra se inicia en la casa de Hector y Aisha. Es sábado por la tarde y en el jardín de su casa burguesa celebran una barbacoa. El comienzo es angustiosamente tranquilo y soleado y el narrador consigue crear ese ambiente desconcertante de familia feliz. Desde el principio se palpa la catástrofe. Vienen familiares, amigos, niños, novios, hasta que todo se tuerce. Harry, el primo de Hector, propina a Hugo, el hijo de la mejor amiga de Aisha, una bofetada sonora. Merecida o no merecida ante la actitud insoportable del niño malcriado es la pregunta que se harán todos los convidados que tomaran partido a favor o en contra. Rosie y Gary, los padres de Hugo, amenazan con llamar a la policía. ¿Es maltrato infantil? La bofetada será el desencadenante de una serie de cuestiones que nos atañen a todos. La que corona la montaña, la educación de los niños. Nadie negará que hemos pasado de la rigidez a la dejadez o al miedo a los traumas infantiles. La droga, el sexo, la homosexualidad, son otros temas que toca, sin reservas, la novela.



Aquí, Tsiolkas no se calla nada y, a través de las ocho narraciones que siguen apoyadas en los puntos de vista de ocho de los personajes de la novela, construye una historia con múltiples significados. Infidelidad, frustración, falsas apariencias. No se salva nadie. Cada largo capítulo funciona como un relato en una una novela contada como un coro para que ninguna mentira existencial se quede afuera. Tsiolkas da una lección de narratología. Consigue hilvanar los ocho capítulos, con un lenguaje calcado de la realidad que saca a los lectores de sus acomodadas casillas. ¿Qué más se le puede pedir a una novela del siglo XXI?