Elif Batuman. Foto: Archivo de E.B.
Tan insólito como un palacio de hielo es el espectáculo de un académico divirtiéndose con el libro que lee. Sin embargo, en los últimos tiempos he podido observar este fenómeno repetidas veces entre mis conocidos: el detonante es siempre esta peculiar novela, Los poseídos, debut narrativo de la norteamericana de origen turco Elif Batuman (Nueva York, 1977) y toda una lección magistral, si es que una lección magistral puede ser dúctil, antipedante y seductora.A caballo entre el ensayo, la ficción narrativa y la biografía, Los poseídos explica (en excelente traducción de Marta Rebón) el largo romance de su autora con la literatura rusa, a la que dedica "siete años en los suburbios de California", numerosos artículos o ponencias en congresos, varios viajes y alguna discusión con un sargento del ejército turco. El personaje Elif Batuman decide especializarse en ese campo a partir de un curso introductorio al ruso que le sirve para descubrir "un lenguaje perfecto en el cual la forma era un reflejo ideal del contenido".
El texto combina capítulos más o menos dedicados a Isaak Bábel, Tolstói, Lazhéchnikov o Dostoievski con la crónica de un verano en la ciudad uzbeka de Samarcanda. Y es una joya. Con Batuman asistimos al extravagante circuito de los eruditos universitarios, transitado por absurdas ponencias sobre las moscas en el canon ruso pero también por un encantador entusiasmo ante la posibilidad de que el autor de Guerra y paz hubiera leído a Lewis Carroll; y ante nosotros se tejen redes y redes de referencias literarias, cotidianas, culinarias o generacionales. En un momento dado, la protagonista cree haber encontrado un "camino" que enlaza las ideas del filósofo inmortalista ruso Nikolái Fiódorov, curioso individuo, con la vida del productor de King Kong, Merian Caldwell Cooper... Y la cosa tiene narices, pero el lector cabecea convencido: dicho camino existe, ¡claro que sí! De hecho, un compañero de seminario le replica: "aunque no lo hubiese, tú, de todos modos, lo encontrarías". Eso es.
La gracia de esta novela risueña, obtenida a menudo mediante alusiones divertidísimas a elementos tan delirantes como los esquiadores turcos, el primer western chino o los libros de Derrida, no debería hacernos olvidar que Elif Batuman sabe de qué habla: más allá de algunos inevitables pasajes didácticos, que al lector mejor informado le sobrarán, y aunque la autora nunca pierde de vista la condición "amable", asequible, de la obra que está escribiendo, sus páginas sobre crítica literaria resultan irreprochables, y no digamos la naturalidad con que maneja las tradiciones europea y rusa. Batuman se preocupa por la cuestión mimética en la literatura, enfrentándose al pensador René Girard (emérito de Stanford, donde ella recibió e imparte clases), y acude a Foucault con enorme soltura.
Los poseídos, a vueltas con la relación entre vida y ficción, es una declaración de amor a la literatura, e intenten que esa frase suene como debería hacerlo si no estuviera gastada. Más aún: es una defensa de la teoría literaria ("en lugar de simplificar la complejidad y la belleza, las había producido") como género artístico y como pasión amorosa. Batuman ofrece un libro cómplice, no sé si perdurable pero desde luego tonificante. Es un libro que se revela también, y siento usar un argumento tan pedestre para defenderlo, "útil": porque demuestra que los clásicos están perfectamente vivos (no lo "dice", cosa habitual e ineficaz; lo demuestra) para mi generación, y porque logra que creamos en cosas tan insólitas como un palacio de hielo, un académico divirtiéndose o un crítico apasionado. Tomo nota de la lección.