Nicolás Casariego. Foto: Antonio Heredia

Temas de Hoy, 2011. 315 páginas, 19 euros

Conviene puntualizar desde el primer momento algunos aspectos de esta novela de Nicolás Casariego (Madrid, 1970): se trata del desarrollo narrativo de un guión cinematográfico escrito por el autor -con la colaboración de Jaime Marques- para la película Intruders, dirigida por Juan Carlos Fresnadillo, que, al parecer, se presenta estos meses en algunos festivales de cine antes de su estreno en salas comerciales. Es, por tanto, una historia concebida inicialmente para su visualización en imágenes, y algunas escenas, como las que tienen que ver con la aparición del extraño monstruo que da título a la obra, tendrán seguramente su asiento natural y serán más efectivas en la pantalla -gracias a su afinidad con los modelos del cine de terror- que en la traducción verbal que aquí se nos ofrece. El autor añade un apéndice en el que explica algunos pormenores de la gestación de la obra, explica ciertas modificaciones y recupera algunos fragmentos suprimidos en la versión definitiva.



Todo eso será muy útil cuando, pasado cierto tiempo, algún alevín de investigador quiera comparar la película con la novela y analizar los elementos que literatura y cine se prestan mutuamente. Aquí sólo puede juzgarse la novela -el resultado de un proceso-, es decir, todo lo que hay antes del epílogo explicativo del autor, improcedente en el relato como tal, aunque valiosísimo para ese supuesto investigador del futuro.



La historia, hábilmente construida aunque un tanto prolija y repetitiva en su primera mitad, que ganaría mucho con algunas podas, apunta en varias direcciones, algunas de ellas tan sólo sugeridas levemente: el terror infantil -lo más externo y visible-, pero también las relaciones paternofiliales, el poder creador de la escritura (con las hojas que contienen el cuento de Carahueca) y, en último término, los traumas cuyas raíces se hunden en un antiguo suceso familiar que parecía sepultado en el olvido y que requieren complejos exámenes psiquiátricos para hacerlo aflorar, como es el caso de la llamada "locura compartida" que acaba descubriéndose en Carahueca. Un mundo que mezcla intriga y psicoanálisis evoca inevitablemente algunas creaciones de Hitchcock (Recuerda, Marnie la ladrona), y ha hecho bien Casariego en sobrepasar el esquema simplista del relato de terror y añadirle densidad con las historias paralelas de dos niños, Juan y Mia, que acaban convergiendo merced a un inesperado descubrimiento.



También ha acertado al yuxtaponer episodios con diferentes puntos de vista, según los personajes, y alternando las personas narrativas, aunque podría ponerse en duda la pertinencia de los monólogos puestos en boca del sujeto "Nos", que pertenecen a un estrato no suficientemente desarrollado y pueden desconcertar al lector. Otros motivos secundarios, como la intervención del padre Antonio, son más convencionales y previsibles, y es justamente en su interior donde se produce algún desajuste, como esa escena del párroco que al acabar la misa va despidiendo a los feligreses junto a la puerta (p. 91), o la afirmación de que, tras la misa vespertina del sábado, el sacerdote hubiera deseado ir a su casa "a echarse una siesta" (p. 144), sin duda extraordinariamente tardía. Por lo demás, Casariego es un excelente prosista, que no cae jamás en los groseros errores de uso que salpican con frecuencia escandalosa las páginas de muchos de sus coetáneos. Si se mira su texto con lupa sólo se encontrará una falta de concordancia (que podría ser una errata de o por a): "rezaba un avemaría tras otro" (p. 89). Lo único que desentona en Carahueca, que es una de esas novelas que crecen a medida que se van desarrollando, es la prolijidad de algunos episodios. Pero conviene tener en cuenta la dificultad que el autor ha arrostrado al mezclar de forma verosímil algunos elementos dispares con altas dosis de inverosimilitud. El riesgo también es valorable. Y siempre cabrá, además, la posibilidad de confrontar la novela con la película Intruders y contemplar así, superpuestas, las dos caras creativas del autor.