Ismaíl Kadaré

Traducción de Ramón. Sánchez Lizarralde. Alianza. Madrid, 2011. 220 páginas, 16'50 euros

La suerte entre nosotros del escritor Ismaíl Kadaré (Gjirokastër, Albania, 1936), premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2009, debe mucho al esforzado y muy certero empeño de su traductor español, que puso a su servicio, y al de otros escritores como Fatos Kongoli, Bashkim Seku o Luan Strova, su amplio conocimiento de esa singular lengua indoeuropea hablada por unos siete millones de personas que es el albanés. La cena equivocada, escrita entre 2007 y 2008 y publicada un año más tarde, ha sido la última traducción de Ramón Sánchez Lizarralde, fallecido en julio del presente año, Premio Nacional de Traducción en 1993 por otra de la treintena de obras de Kadaré que gracias a él nos fueron accesibles: El concierto.



La cena equivocada está escrita con un desparpajo sorprendente, como si el autor se sintiera ya por encima del bien y del mal literario, dueño y señor de un discurso que manipula a plena voluntad sin someterse a ninguna convención. Desdoblado en una voz que desde la distancia de la tercera persona teje y desteje el relato a su entero arbitrio, hay breves párrafos metanarrativos en los que parece hacer un guiño al lector fiel, que conoce otros de sus títulos, para sugerirle no solo la "voluntaria suspensión del descreimiento" que es obligada en la novela sino también que se deje llevar sin la obsesión de atar todos los cabos: "Incapaz de desentrañar por si misma este enredo sin precedentes, la mente acudía de forma instintiva al algún fenómeno de naturaleza superior…", leemos, así, cuando el texto, a la altura de la página 75, ha empezado ya a desconcertarnos.



Desconcertarnos como ningún otro de su autor puede hacerlo de igual manera, pese a que aquí el entramado cuenta con los elementos sustanciales del universo Kadaré, ese novelista de Gjirokastër que se ha consagrado ecuménicamente a base de contar la asendereada historia de su pequeño país insuflando en los avatares de sus héroes y ciudadanos comunes el aliento de los grandes mitos de la literatura clásica junto a motivos del folclore nacional.



Kadaré juega con el hecho de haber nacido veintiocho años más tarde que Enver Hoxha -nunca citado por su nombre sino como "el Guía"- en la misma ciudad del sur de Albania a la que en septiembre de 1943, luego de la retirada de los italianos, llega una columna blindada de la Wehrmacht dispuesta a invadir "amistosamente" a los albaneses. Pero sus guerrilleros comunistas la reciben con una emboscada y se desencadena así una tensión de represalias que no se materializa por una doble peripecia. Los invasores no aplican la ley del Talión primero porque al bombardear la ciudad ondea una bandera blanca que en realidad ningún albanés ha agitado, "sino que había sido la mano del destino la que, en forma de viento, había hecho lo que debía hacerse". Resulta determinante, sin embargo, que el comandante alemán hubiese sido compañero de estudios del cirujano más reconocido de la ciudad, el doctor Gurameto llamado "el grande" para distinguirlo de un colega suyo del mismo apellido, "Gurameto el chico", cuya pertinencia para el desarrollo de la trama, más allá de esta rivalidad profesional, todavía no he sido capaz de dilucidar. El hecho es que el doctor convence al militar de que libere a los rehenes en el transcurso de la cena a la que se refiere el título.



Nacerá por tal motivo un "enigma" o "misterio" que tampoco será fácil desentrañar, pues todo en la narración parece trabucado. La secuencia narrativa registra luego, ya en la posguerra, la implantación del "nuevo orden" comunista del Guía, y ello da pie a la inserción de un episodio extemporáneo, titulado "La ciudad frente a sus señoras", que bien podría incluirse en el libro más jocoso de Kadaré, Cuestión de locura, en el que la familia de este nombre merece el calificativo de "lunáticos reconocidos" como lo es el personaje de Remzi Kadaré en La cena equivocada.



En todo caso, aquella exitosa gestión de Gurameto "el grande" será al fin y a la postre la responsable del lance patético con que concluye la novela: su tortura y asesinato a mano de dos agentes albaneses del comunismo internacional, que comienzan acusándolo de filonazi para finalmente ultimarlo en 1953 como miembro de una conspiración judía de "batas blancas" dispuesta a acabar con Stalin. Sin apenas orden ni concierto, en el relato no falta el recurso aristotélico de la agnición, en forma de un cierto "convidado de piedra", un difunto que se persona, suplantando al coronel Fritz Von Schwabe en la fantasmagórica cena equivocada.