Marta Rivera de la Cruz. Foto: Carlos Miralles

Planeta. Barcelona, 2011. 400 páginas, 20'90 euros

Con media docena de novelas en su haber Marta Rivera de la Cruz (Lugo, 1970) va consolidando su presencia en el sistema literario español, figurando en lugares destacados en algunos premios importantes y publicando sus obras en editoriales de amplia difusión. En La vida después, su sexta novela, vuelve a su mundo literario preferido, centrado en los sentimientos y en la exploración psicológica de los personajes que los encarnan, desarrollando una compleja historia de amistad, lealtad, amores, celos, admiración y envidia que cambiará la vida de algunos en un momento crucial de su existencia, entre la crisis de los 40, ante la que puede ser la última oportunidad para alguno, y la madurez de los 60 bien llevados.



El punto de partida es la muerte por infarto del periodista Jan en Madrid. Ante la inesperada noticia su amiga Victoria, profesora universitaria en Nueva York y casada con un profesor multimillonario aspirante a senador en Estados Unidos, viaja a Madrid para asistir al funeral. Con tal motivo empieza la recreación de la amistad entre Jan y Victoria desde sus años en la universidad española, alternando la retrospección temporal en la reconstrucción del pasado y la narración lineal del presente, que se prolonga durante un mes a causa del encargo que Jan deja a Victoria en una carta para leer después de su muerte.



Así, Victoria se ve atrapada en la complicada red de sentimientos encarnados por cuatro mujeres: la viuda de su amigo, la madre de ella y la hija, ahora adolescente, que había tenido con una hermosa e irresponsable fotógrafa francesa. Y el enredo se intensifica con la mediación de Victoria en las relaciones de la adolescente malcriada con su madrastra y con su madre, con la apurada situación económica en que queda la familia de Jan y con el hallazgo de una cinta con los primeros fotogramas de una jovencísima Greta Garbo antes de llegar a ser "La Divina", historia esta, la de la cinta, que nos lleva hasta su anterior propietario en Londres y, retrocediendo en el tiempo, a la Europa de los años veinte y treinta en Estocolmo y Berlín. El final, que no debe ser revelado para no quitar suspense, acaba descubriendo cualidades nuevas en algunos personajes que han cambiado no poco a lo largo de la novela.



La vida después es la que los personajes próximos a Jan deben afrontar tras su muerte. En su tejido de relaciones se plantean temas tan interesantes como la existencia de amistad verdadera y duradera entre un hombre y una mujer, la lucha del ser humano por la felicidad, la relación de pareja en el matrimonio y la actitud de resignación en la seguridad de las comodidades alcanzadas o el riego del cambio a una existencia más feliz en la última oportunidad de hacerlo. Como novela tiene todos los ingredientes para satisfacer las apetencias del gran público, con amores y desamores que apagan unas pasiones y encienden otras, hallazgos insospechados como la carta póstuma o la cinta de Greta Garbo, entre otros lances folletinescos distribuidos en una narración tradicional que garantizan el suspense de comienzo a fin.



Convendría haber depurado el texto de tópicos y lugares comunes en el uso de adjetivos y frases hechas. Hay que corregir el descuido en el encargo que el dueño de la cinta con imágenes de la Garbo le hizo a su amigo anticuario inglés: no venderla y legársela al hijo de este (p. 343), cuando el anticuario aún tardaría muchos años en saber que tenía un hijo. Son imperfecciones fáciles de subsanar en una cuidadosa revisión del texto destinado a satisfacer el interés de muchos lectores por la introspección psicológica y el creciente enredo en las relaciones personales, enriquecido por el doble contenido de muchos diálogos en lo que dicen sus interlocutores y en lo que uno de ellos, Victoria en particular, piensa pero no dice, comentando, refutando o matizando lo dicho por el otro.