Patricia Cornwell. Foto: Carlos Miralles
Cuando en 1990 Patricia Cornwell (1956) publicó Postmortem ya podíamos intuir que su protagonista, la doctora Kay Scarpetta, iba a tener una larga vida. Con esta nueva entrega, Niebla roja -galardonada con el último premio RBA de Novela Negra- la nómina de títulos protagonizados por esta "experta en determinar el mecanismo de lo que mata o por qué algo no lo hace" (p. 11), como ella misma se autodefine, alcanza el número de diecinueve. Se trata, probablemente, de la más digna sucesora de la Señorita Marple creada por Agatha Christie; y si utilizo el adverbio es como reconocimiento a la admirada detective Warshawski de Sara Paretsky.Ahora Scarpetta ha asumido la dirección del Centro Forense de Cambridge, financiado ni más ni menos que por la Universidad de Harvard y el MIT. Kathleen Lawler, convicta en una prisión de Georgia, quiere hablar con ella sobre Jack Fielding, antiguo jefe de Kay, asesinado por su propia hija biológica, Dawn Kincaid, fruto de una tumultuosa relación con Kathleen. Benton, esposo de Kay, desaconseja el viaje, pues el asesinato ocurrió hace seis meses y ya está resuelto, pero la doctora de-oye los consejos de su esposo, no por interés profesional, sino porque tiene una cierta inquietud personal, pues Dawn, la hija asesina, fue dada en adopción y tal vez el encuentro personal con Kathleen le pueda desvelar alguno de los porqués del asesinato de su jefe-amigo.
Sin embargo, todo comienza a complicarse cuando llama a un número de teléfono que le ha entregado Kathleen; se trata de Jaime Berger (mujer), quien lejos de solventar algo introduce un nuevo elemento de análisis al pedirle que investigue el caso de Lola Daggett, acusada del asesinato de un médico y toda su familia en Savannah, y que ahora espera su ejecución en el corredor de la muerte. Conforme avanza en sus investigaciones, la muerte de su amigo y el asesinato de la familia del Dr. Clarence Jordan parecen no ser totalmente ajenas; y, lo que es más preocupante, todo apunta a una suerte de complot de abyectas intenciones, pues las muertes de algunos "sin techo" en varios Estados y de buena parte de los personajes, Jaime incluida, también puede formar parte del mismo complot en torno a la "toxina botulínica". Incluso llega a especularse con que el ejército estuviera implicado y tal vez "nuestro gobierno podría estar involucrado para dañar la moral y paralizar la economía del enemigo. Para aterrorizar." (p. 421) En cualquier caso, tal como afirma la doctora Scarpetta, "La muerte es una empresa muy personal y solitaria, y nadie está preparado de verdad para ella..." (p. 468)
La evolución de la protagonista a lo largo de estas dos décadas resulta obvia, así que el análisis clínico-científico al estilo de las televisivas series CSI o Bones continúa siendo la genuina marca de agua de Kay Scarpetta. No obstante, y de forma progresiva, se observa cómo en cada entrega la resolución de los casos tiene que ver más con un razonamiento lógico-inductivo en la línea de su compañero y amigo en otras entregas, el exdetective de homicidios Marino, que vuelve a reaparece en esta.
También resulta reseñable la capacidad de Patricia Cornwell para interrelacionar distintas tramas que finalmente convergen en un mismo punto. Tal afirmación resulta válida tanto para el desarrollo de la acción como en lo referente a las implicaciones personales de los personajes. Jaime, por ejemplo, era la novia de Lucy, sobrina de la propia Scarpetta. Todo ello, junto a la narración en primera persona se traduce, para el lector, en una narración más "humana", menos científica, suavizando aquellos pasajes que por su complejidad científica -¿qué son las "esporas de Clostridium botulinum"?- pueden resultar excesivamente técnicos.