Carlos Ruiz-Zafón. Foto: Santi Cogolludo
Con La sombra del viento arrancó Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) un artefacto novelesco compuesto por un puzle de narraciones a las que dan continuidad unos cuantos elementos comunes: un mismo escenario, Barcelona, varios personajes permanentes, algunos hilos anecdóticos y la referencia al misterioso Cementerio de los Libros Olvidados. Otro factor capital vincula el conjunto de la prolija materia imaginativa recogida en semejante baúl de historias, su filiación obvia y entusiasta con la novela gótica, el folletín y, en general, los modos novelescos decimonónicos de corte popular. Idénticos mimbres se emplean también en la segunda entrega, El juego del ángel, y, ahora, en la tercera, El prisionero del cielo. Un golpe efectista anuncia en la última página de ésta que habrá otra más, dando lugar a una tetralogía, en la que se esclarecerá la historia del malo malísimo, el fascista y sanguinario académico Mauricio Valls.La primera parte de El prisionero del cielo (título también de una novela del incógnito escritor Julián Carax, referencia seminal asimismo de la trilogía, que vale para sus muchos lectores como un guiño de identificación) comienza con "Un cuento de navidad". Esta historia, de fácil asociación dickensiana, se emplaza en la Ciudad Condal en 1957. En ella, el Daniel ya conocido de títulos anteriores -aquí felizmente casado, a pesar de una sombra, y con un hijo-, trabaja en la librería de su padre. Un extraño cliente le deja un raro mensaje para su colaborador y amigo Fermín. Esta anécdota dispara otro bloque narrativo anterior y ambos se alternan. El nuevo bloque se emplaza en la sanguinaria postguerra de 1939 y 1940 y da claves de las intrigas posteriores. Se ambienta en la terrorífica cárcel de Montjuic y recrea la implacable represión franquista con pinceladas de intenso tremendismo. Está compuesto por un puñado de extremosas peripecias, entre ellas una fuga rocambolesca, y abunda en violencia sádica.
Los hilos de las historias del pasado y del presente trenzan una tupida tela de araña de intriga. La novela se llena con sorpresas, melodrama, almas cándidas y generosas atosigadas por la maldad en estado puro, ternurismo, equívocos... Los personajes responden al maniqueísmo radical que los reduce a buenos y malos, atractivos y repulsivos. La espiral de anécdotas dirigidas a mantener la atención del lector preside toda la narración. Carlos Ruiz Zafón, hábil manipulador de hechos sorprendentes, aplica energías y no escasas destrezas a contarlos.
Sin embargo, nada que no sea la pura acumulación de aventuras se encuentra debajo de un relato por momentos fascinante y divertido, con un toque de humorismo burlesco un punto postmoderno. Se apunta, sí, un buen tema de fondo, las condiciones que determinan la conducta humana y la rectitud moral que impulsa el comportamiento de algunas personas a pesar de enfrentarse a los más onerosos riesgos. Pero también este serio motivo sucumbe a las exigencias y simplificaciones del best seller. A ello debe añadirse una prosa funcional y gris, salvo en la simpática habla del retórico Fermín. Es una pena que un narrador tan bien dotado, por instinto de contador de historias y por destreza profesional, como Carlos Ruiz Zafón limite su ambición a fabricar productos comerciales en lugar de exigirse el reto de la literatura de calidad, que, me parece, está al alcance de sus posibilidades.