David Grossman. Foto: Óscar Monzón
Cabe concebir una crítica que consista en la réplica sistemática a la contracubierta del libro. A veces he deseado escribir toda una reseña en respuesta a esos típicos textos, discutiendo lo que me parecía deshonesto (ya saben: "¡Una obra maestra!", "el mejor trabajo del autor", y todo eso), inexacto o confuso en las palabras de la editorial. La crítica como ajuste de las expectativas del lector, qué razonable objetivo. Pues bien, esta vez no es el caso, porque entre las palabras de Lumen y la nota final que David Grossman (Jerusalén, 1954) ha escrito para esta edición, Delirio está muy bien explicada. O al menos, lo está en una dirección que yo comparto. Pero como cabe el matiz, estas líneas no serán en vano, ya verán.Delirio es una novela pequeña. Esa es su voluntad. Se parece al ejercicio de estilo de un director de cine: dos personajes en un coche, y a sostener la tensión durante más de doscientas páginas. Él está convencido de que su esposa lleva diez años viéndose cada día con un amante; ella, que es su cuñada, lo escucha asombrada, sintiéndose turbiamente aludida, mientras conduce un Volvo que los lleva hasta la esposa. Es de noche, y el paisaje es Israel (incluyendo un control militar en la carretera). Nuestro hombre ha imaginado cada detalle de los encuentros furtivos con una precisión asombrosa, enfermiza: la ropa, su caída, los rituales sexuales, la música, los silencios. Lo imagina todo con verdadera pasión, con entusiasmo dolido. Lo imagina, como ustedes tal vez ya sospechan… Con las armas de un escritor. En Escribir en la oscuridad, Grossman defendía que en una narración cada detalle es esencial para lograr la verosimilitud. Hay elementos diminutos que parecen gratuitos: por ejemplo, un pedal añadido a la máquina de coser porque la protagonista es bajita. Pero si no los introduce, el creador deja un pequeño espacio, y si acumula demasiados como ese, se acaba creando "en el corazón del lector una molesta sensación de vacío, una vaga sospecha de negligencia por parte del escritor". Pues les aseguro que este celoso protagonista no es negligente en absoluto: ¡con qué minuciosidad recrea lo que le hiere!
Debo decir que no soy un entusiasta de Delirio (y puestos a sincerarme, tampoco de Grossman). Me parece un buen libro, sí, pero con límites. Uno de ellos es que ese paralelismo entre el celoso y el escritor se revela, a ratos, muy obvio. Otro tiene que ver con algo que dice el autor en la nota final: los celos son un "remolino" que arrastra a quien los padece. Cierto, pero cabe añadir que es un remolino de banalidad. No hay especial grandeza ni belleza en ellos, ni siquiera demasiado interés. Por eso, y a mi juicio, el tema exige un tratamiento más bufo, más histérico (pienso en Philip Roth, aunque es un ejemplo meramente arbitrario). Grossman se comporta con excesiva delicadeza,y eso hace muy legibles y civilizadas estas páginas, pero menos intensas. Tercer límite: las escenas de sexo funcionan a veces (aplaudo con fervor esos "dedos gordezuelos y blancos" de los pies), pero otras son anodinas. Ya he dicho que la inventiva de un celoso es banal, y Shaul, el protagonista, puede llegar a resultar tan predecible como una película de Adrian Lyne.
Sin embargo, insisto, este es un libro digno que convencerá a los lectores de Grossman, especialmente a los de Tú serás mi cuchillo, y que a mí me ha proporcionado alegrías parciales. Así, me gusta que se intuyan, al fondo, las múltiples formas que puede adoptar la familia, desde las consoladoras a las de Leviatán entrometido y autoritario que "clasificaba, calificaba y sentenciaba en milésimas de segundo" los actos de sus miembros. O que se perciba la dificultad, casi imposibilidad, de la monogamia; pero también, y precisamente por ello, su enorme belleza insensata. Resulta emocionante la historia de Esti, la cuñada, que se despliega poco a poco y por cauces inesperados. Y sobre todo me parece interesante que Delirio, según explicó el propio David Grossman, fuera escrita en principio con voluntad de dar descanso, como tema literario, al conflicto entre Israel y Palestina; porque es evidente que esa guerra permanente acaba proyectándose sobre la obsesión de Shaul y su necesidad de tener un adversario como espejo de sus miedos, sus miserias, sus carencias. ¿Ven? Algo parecido dice la contracubierta del libro. Pues estamos de acuerdo.