Juan Pedro Quiñonero. Foto: Pierre Lellouche

Renacimiento. Sevilla, 2011. 249 páginas, 18 euros

Tiene Juan Pedro Quiñonero (Totana, Murcia, 1947) una sola voz, la del apasionado analista de las desgracias contemporáneas que afligen a nuestra especie, pero más de un rostro. Uno cuenta la realidad como el periodista culto y reflexivo que es. El otro muestra a un extraterritorial que habla de sus preocupaciones morales y sociales en vibrantes ensayos y en novelas contracorriente. De éstas, las de ayer -en los amenes del franquismo- fueron un grito libertario en extremosos moldes vanguardistas. Las recientes acometen el reto entre regeneracionista y utópico de reinstaurar la "arquitectura espiritual" de nuestro país con andadura especulativa que las acerca al relato intelectual. Una sorprendente cara nueva suma Dark Lady, la del narrador clásico que despliega una historia casi torrencial, dilatada a lo largo de muchos años y copiosamente nutrida de personajes.



Dark Lady remonta el hilo narrativo a la coincidencia de dos futuros famosos, el fotógrafo Marc y la modelo Elodi, en un orfelinato parisino durante la ocupación hitleriana. La trama gira alrededor de su vida compartida varios decenios, en cuyo transcurso desfilan los horrores del nazismo, el desconcierto moral de postguerra, los escenarios del lujo cosmopolita (desde París o Milán a Nueva York) localizados en los salones de la moda y los hoteles más selectos así como, en fin, la miseria prostibularia que ampara la degradación desesperada. La cara y la cruz de la vida conviven en la novela, donde andan emparejados o fundidos triunfo y fracaso, amor y soledad, sexo gozoso y mercenario, arte y vulgaridad, idealismo y traición, rectitud y falsedad, ansia de vivir y muerte... En suma, el pequeño mundo del hombre entero aflora en decenas de historias nobles y vulgares que proporcionan tanto imágenes de realismo crudo como atmósferas espectrales. Los escenarios veristas (calles o tiendas mencionadas con exactitud cronística) y los personajes reales (el modisto St.-Laurent o Man Ray) proporcionan un pálpito de verdad a la ficción a la vez que ésta se diluye en una especie de fantasmagoría onírica o expresionista.



Tanto como el protagonismo humano importa en Dark Lady el de la fotografía. El arte fotográfico constituye el nervio motor de la historia y sirve para dar sentido al retrato coral por cuanto tiene un doble poder, revelar el fondo velado la realidad y dotarla de dimensión inédita que la redima. Dark Lady, la "dama oscura" de los sonetos de Shakespeare, encarnación del amor, la belleza y la fuerza genesíaca, sirve de rótulo al antro parisino que funciona como espacio alegórico de la novela homónima. A tal punto ha llegado la degradación de los valores espirituales. Sin embargo, no se propone un mensaje desolado y negativo absoluto: más bien se dice que aún dispone- mos, frente a las ofensas de la historia, de la trinchera del arte. El artista y su obra, o sea, Marc y sus fotos, crean una otra realidad donde nos podemos refugiar. Tal tesis plantea, creo, Quiñonero en esta narración original y escrita con prosa de gran aliento; una excelente novela que tira a filosófica sin renunciar a la seducción comunicativa de la literatura.