Ediciones La Uña Rota. Segovia, 2011. 108 pp., 12 euros

Ojalá todos los años comenzaran con un libro como éste: alejado de convencionalismos, cargado de poesía y de reflexiones de calado. La primera duda que ataca al leer este debut del argentino Diego Meret (1977) es en qué género debemos considerarlo: ¿novela breve, autoficción, relatos? Porque a todos les debe algo y a todos aventaja.



El arranque parece más bien de novela: con un estilo casi deslavazado Meret nos cuenta cómo la llegada a su casa de un ejemplar de Martín Fierro cambió su vida: le hizo lector. Aunque enseguida comprendemos que en estas páginas el tenue hilo argumental es sólo el pretexto para la reflexión. Las anécdotas son a menudo ingeniosas, pero lo que en ellas importa es lo que suscitan: esa reflexión que va mucho más allá, analizando las dolencias del alma de un escritor, de la admiración a la soledad, de la euforia por la línea recién escrita al terror a la que aún está por escribir. A veces, con la misma ingenuidad se nos sirven homenajes literarios disfrazados de peripecia banal.



Por último, hay un asunto que cobra especial preponderancia y al que el autor vuelve una y otra vez: la memoria. "Para recordar, primero hay que inventarse un pasado", afirma. El pasado será en realidad el único argumento de esta obra. Acaso para escribir sólo eso es necesario, parece decirnos Diego Meret: saber qué hacer con los recuerdos.