Evelio Rosero. Foto: Mario Munera

Tusquets. Barcelona, 2012. 398 páginas, 20 euros

Tal vez sea ésta la novela más ambiciosa del colombiano (Bogotá,1958), bien conocido ya por los lectores españoles, aunque tal vez no la mejor. De hecho, Rosero ha conjugado aquí dos novelas y dos tiempos. El escenario, el paisaje y las actitudes de los personajes se sitúan en la población de Pasto, la capital del Departamento de Nariño, a 2.504 m. de altitud, al pie del volcán Galeras, de 4.246 m. Es este paisaje y la emblemática historia de esta población, de la que proceden los antepasados del novelista, así como su discutida defensa histórica de la Corona española, aliada a los indígenas, lo que llevará al narrador a distribuir el relato en dos tiempos muy alejados: el año 1966, durante las fiestas del Carnaval o del día de los blancos y el de los negros, con sus tradicionales desfiles de carrozas y el debate histórico sobre las acciones y la personalidad de Simón Bolívar.



Utiliza para este fin como base fundamental el libro de José Rafael Sañudo y Sergio Elías Ortiz, con un amplio prólogo de Jorge Luis Piedrahita, Dos visiones sobre Bolívar (Editorial Testimonio, 1999), donde se reproduce el debate de los autores entre 1925 y 1928 en la "Ilustración Nariñense". Sañudo, como ya se advierte en la novela, pasó a convertirse, por su aportación documental negativa de la figura del Libertador, en enemigo de la República, siendo silenciado, como lo será el catedrático de historia, forzado a explicar filosofía. De hecho, tal vez las páginas más emotivas del relato se corresponden con la llamada "Navidad negra", cuando el general Sucre y Sanders atacaron, en 1822, esta ciudad indefensa, porque el líder de la revuelta, el mulato Agustín Agualongo y sus partidarios, se habían retirado a las montañas y los "republicanos" se ensañaron con mujeres y niños, asesinando a más de cuatrocientos. A los pocos días, llegaría Bolívar.



Ésta viene a ser una dilatada parte histórica que se deriva de la reproducción de las intervenciones en una tertulia de fuerzas vivas (el catedrático silenciado que toma la voz narrativa, el obispo, el alcalde), celebrada en el domicilio del médico Justo Pastor Proceso López. La exposición (de la página 120 a la 242) puede resultar algo prolija o tediosa, pero pretende descubrir las raíces de una violencia ya histórica, a la que se alude a menudo , tomando como base la documentación de Sañudo, así como el relato oral de algunos supervivientes que alcanzaron a ofrecer sus recuerdos del cruel paso de Bolívar por la zona. Las descripciones de los movimientos tácticos o el desarrollo de batallas, como la de Bomboná, adquieren cierta perspectiva épica.



Pero hay episodios, como el rapto de Chepita del Carmen Santacruz, por expresa orden de Bolívar, una niña de escasos trece años, a la que éste "usó de inmediato, y la siguió usando al descampado durante toda esa marcha forzada hasta las puertas de Quito, seis días después. Sólo entonces la devolvió a Pasto" (p. 204). Ella y el fruto de este episodio, su hija, serían encerradas por su padre Joaquín hasta el fin de sus días. Este episodio cabría entenderlo como un ejemplo de los relatos casi independientes que advertiremos en el seno de la novela.



Mayor interés novelesco posee la difícil historia amorosa del médico y su esposa, Primavera Pinzón, que ha de culminar en las fiestas carnavalescas, gracias a las que Rosero puede desarrollar su indiscutible talento imaginativo de naturaleza barroca. La construcción de una enorme carroza por la que vende sus propiedades, en la que se alude a un Bolívar funesto para la población, ha de convertirse en piedra de escándalo, motivo de la mencionada reunión de fuerzas vivas y del complot, en paralelo, de unos jóvenes universitarios que se consideran revolucionarios, como el cruel Enrique Quiroz, que había obligado al poeta Rodolfo Puelles -la víctima propiciatoria- a matar a un indefenso policía en Bogotá y que ahora pretende, con su grupo, volar la carroza y acabar con la vida de su promotor. Le apalearán, disfrazados de asno, en el jolgorio colectivo. Y no han de faltar, como contraste, la muerte de Belencito -y la acción erótica frustrada al pie de la ventana del amigo difunto- o el papel determinante de los sirvientes.Hay páginas destacables por su humor negro, como la orquesta de ciegos del restaurante (p. 279).



Evelio Romero, pese a sus diferencias, entronca por su prosa y motivos con García Márquez. A menudo logra evadirse de los excesos localistas con reflexiones que encierran cierta hondura vital, cuando se sirve del monólogo interior. Su pesimismo sobre la naturaleza humana se encarna en esta población de fuertes claroscuros. Como el Premio Nobel, que concibió también los últimos días de la soledad de Bolívar, en El general en su laberinto, la nueva novela de Evelio Rosero se ceba en las zonas ocultas del personaje histórico: contra el mito.