Novela

Visita a un extraño

Ramón Reboiras

24 febrero, 2012 01:00

Periférica. Cáceres, 2011. 196 páginas. 17'50 euros

Las repetidas referencias a Apuntes del subsuelo en Visita a un extraño son una gentileza de Ramón Reboiras (La Coruña, 1961) para con sus lectores, pues desvelan la reescritura de la claustrofóbica novela de Dostoievski. Podría decirse que rescata un emblema de la desesperación existencial subiendo su vivienda de un sótano a un entresuelo. Hago esta broma sin asomo de malicia porque debe de reconocerse, de entrada, que al autor le guía una ambición muy seria, nada menos que darle segunda vida a la melopea mental de un sujeto desesperado con originalidad, tono moderno y sensibilidad actual. El desagradecido papel lo asume un tal Radovan, sifilítico, marginado, solitario, profesional de curiosas ocupaciones (redactor de horóscopos, jugador en un póquer virtual, publicista extravagante) y siempre escritor sin porvenir. Un "pelafustán", recalca el libro, un pelagatos, según el diccionario académico.

El personaje ruso y el español mantienen fuerte correspondencia a partir de su común nihilismo y de señaladas actitudes ante la vida: incertidumbre, desengaño, soledad. Dostoievski solo le proporciona, sin embargo, a Reboiras un patrón genérico, casi, si se quiere, un arquetipo, sobre el cual levanta una figura singular y de arriesgada ideación. En lugar del ser hosco esperable, presenta una persona de cálida humanidad que inspira ternura. Su inclinación vitalista atenúa el ensimismamiento. La fracasada experiencia del mundo se recrea sin el presumible patetismo. También la novela en su conjunto adopta renovadoras perspectivas. Por sus páginas circulan ráfagas de ironía que evitan la agobiante severidad moral. El escepticismo impide las hipérboles autoflagelantes a un alma tan desengañada. Además, el interior asfixiante propio de una historia de semejante calibre se oxigena con apuntes de inmediatez casi costumbristas (valgan como muestra la mención de Mourinho o la sátira de la estupidez humana ejemplificada en quienes pasan la noche en claro para conseguir un iPad).

Estos mimbres sirven para diseñar una atractiva variante del sufridor existencialista. Radovan apura el sinsentido del mundo dejando constancia de ello en sintéticos juicios (afirma que no descendemos del mono, sino de la incertidumbre; confiesa sentirse huérfano de la propia vida) o en reflexiones ensayísticas. Con ello adquiere dimensión alegórica, la de un "alma perdida" que "navega" a lo largo de su balance biográfico. Azuzado por el sentimiento de pérdida e incomunicación y espoleado por el anhelo de hallar su identidad o de sustituirla por la consoladora cualidad de heterónimo ("alguien con una vida ficticia al margen del hacedor"), no encuentra más alternativa que la escapatoria, el viaje.

Este valor abstracto se equilibra con el diseño de una personalidad anclada en el concreto marco de hoy mismo y del contexto histórico específico de nuestro penúltimo pasado. De este modo la novela tiene mucho de pesimista documento generacional y en cierta manera supone una recreación ficcional de los intelectuales melancólicos que Jordi Gracia denunciaba en su reciente "panfleto". Buenos aciertos expresivos (sufrir "en la muela del juicio de la condición humana", "concederse vacaciones dentro de uno mismo", "estar enfermo de mundo y hecho una república báltica", etc.) y la disposición formal comedidamente innovadora revivifican con éxito un motivo sin tiempo. Frente a estos alicientes y méritos, Visita a un extraño tiene una pega grande: su culturalismo excesivo y fatigoso condena tan atractivo empeño a una lectura minoritaria.

Tras los pasos de Dostoievski

El origen de Visita a un extraño fue una situación física y real: "Alquilé un semisótano madrileño y empecé a escribir el libro por tres razones: tenía frío, estaba solo y nadie se ponía al teléfono", explica el autor. Fue entonces cuando Reboiras descubrió los Apuntes del subsuelo de Dostoievski "y me fascinó; su lectura me ayudó a configurar un patético personaje a la deriva, parecido al funcionario que protagoniza el relato del ruso en su degradación. En realidad son dos libros unidos por una simpatía telúrica, subterránea y oscura; mi personaje va leyendo el libro de Dostoievski a lo largo de la novela, es su libro de cabecera aunque no le acabe de gustar mucho. En cambio, para mí es una lectura esencial en estos tiempos de desesperanza".