Jon Obeso. Foto: Lengua de Trapo

Premio Lengua de Trapo, 2012, Madrid. 181 páginas, 16'50 euros

En verso o en prosa, la escritura de este donostiarra (1970) es, fundamentalmente, poética. Sus libros -en castellano: Compañía, La mirada del acuario y este último, Alimento para moscas- dan cuenta de un autor siempre involucrado en iniciativas que refuerzan su singular personalidad literaria. Jon Obeso escribe sin atadura alguna con las formas convencionales, divagando, indagando, revolviendo en ideas obsesivas que subyugan y causan extrañeza por su aguda resolución sintáctica y semántica, al tiempo que dejan al lector sumido en la mayor incertidumbre. No es escritor para lectores cómodos: no se aferra a un argumento trabado ni ofrece tramas vigorosas. Alimento para moscas así lo corrobora al decantarse por el discurso y sus efectos, por lo esencial no-narrado, por la articulación psicológica y sociológica, pero no por la disposición clásica de un puñado de ideas argumentadas.



Aunque haya argumento narrativo, y es el que sigue, pese a la curiosa advertencia sobre los personajes con la que arranca -"todos, a excepción del sensato Matías, son reales y guardan estrecha relación con los habitantes de los valles de Allín, Guesálaz y Yerri; como son ciertas las íntimas acciones que de ellos se relatan"- lo que leemos es el cuaderno de campo de un entomólogo instalado en ese valle desde hace doce años, ensimismado en una curiosa investigación que ha ido adquiriendo una triple dimensión: comenzó interesado por el comportamiento de los nematóceros (mosquitos comunes) pero el plano de sus observaciones fue incorporando las costumbres de las gentes de esa pequeña localidad y acabó por incluir su propio procedimiento de observación, convertido, del mismo modo, en objeto de su estudio.



El tema parece ser la voracidad de lo cotidiano, en unos y en otros; y el motivo modular la virulenta epidemia que, desde hace seis meses, asola las cuadras ante la indiferencia de todos. Epidemia que encierra otros sentidos (intuimos) y afecta del mismo modo a los humanos objeto de este estudio: gentes conducidas por la inercia que mueve sus actos y sus relaciones, obsesionadas por justificar orígenes y mitos. Gentes que ni siquiera adquieren otro rasgo individualizador que el del personaje que encarnan (el Veterinario, el Guarda, el Enterrador; salvo el "sensato" Matías, cuya extraña muerte se intenta reconstruir desde hace 30 años…).



Su análisis crítico y críptico, colmado de elipsis que espolean al lector con imprecisas impresiones, que son el soporte de su método científico, nos induce hacia una interesantísima reflexión sociológica sobre epidemias morales que instauran su inercia en ese mundo erigido por ambos sexos. Así sus curiosas notas encierran otras verdades devoradoras de lo humano: la necesidad del otro ("la forma en que estos hombres dicen necesitarse"), el miedo ("existe y es de largo silencio"), el habla ("aquí el habla no se conforma con decir el mundo, también lo agota"), el poder de la palabra, la memoria, los recuerdos…



Así, sin otro orden que la disposición en 37 capítulos de notas, encabezadas por un enunciado alusivo a insectos y humanos, en pretendida mezcla, nos envuelve la extraña forma de decir el mundo que representa el lugar de esta escritura. Y nos sabe a poco. Y nos deja con ganas de más.