Los invitados de la princesa
Fernando Savater
18 mayo, 2012 02:00Fernando Savater. Foto: Iñaki Andrés
En tiempos en que no había radio, televisión ni internet, quienes quedaban aislados por la peste o por una tormenta solventaban el aburrimiento contando cuentos. La literatura convirtió esas situaciones de la vida en modelo narrativo que rendía tributo al gusto ancestral por entretenerse escuchando peregrinos sucesos. Fernando Savater (San Sebastián, 1947) le da un barniz actual a una de esas circunstancias clásicas en Los invitados de la princesa: las cenizas producidas por la súbita erupción de un volcán impiden a los invitados a un Festín de la Cultura auspiciado por la presidenta de la imaginaria isla de Santa Clara tomar los aviones de regreso a sus lugares de origen.Siguiendo lo que antaño tramaron Chaucer, Boccaccio o Margarita de Angulema, Savater deja una semana aislados -nunca mejor dicho- a los participantes en el pomposo congreso. Pasan los días cumpliendo sus leves obligaciones, comiendo, bebiendo, coqueteando o intrigando, en suma, en insustanciales afanes de los que será testigo el periodista de Mundo Vasco Xabi Mendia. No una sino siete veces, tantas como días van de un lunes al domingo siguiente, alguien deja en suspenso la crónica del reportero para relatar una peripecia personal. Novísimo heptamerón podría haberse titulado la novela con menos gancho comercial pero gran propiedad.
De modo parecido a como Cervantes restauró en Don Quijote los géneros narrativos anteriores a su libro, Savater imita en el suyo un puñado de variedades de la prosa reciente: el dietario, la novela detectivesca, el relato moral, la estampa costumbrista, el cuento de misterio, el género de terror y el popurrí esotérico-vampírico-histórico-criminal. Estas modalidades las reconstruye en general con una postmoderna zumba burlesca y en todas ellas se da buena mano. Lo que al libro le falta de auténtica y poderosa inspiración novelesca, lo gana en versatilidad por el donaire de esta ristra de piezas simpáticas que transitan caminos tan diferentes como la sentimentalidad elegíaca de una historia enmarcada en la pasión por las carreras de caballos, la parodia certera del mundillo universitario, el didactismo en el tratamiento de los comportamientos juveniles, el desasosiego confesional, la revisión irónica de la canónica pareja de policías investigadores de un crimen o el desmelene histórico-religioso en la recreación de pérfidas sociedades secretas.
El gracejo de los cuentos es algo más que risa, broma literaria o neo-costumbrismo satírico. Con ellos y con las andanzas del periodista, Savater aboceta una estampa de nuestros días llena de malicias a base de pinceladas sobre los vascos, la gastronomía, internet, la literatura, la muerte, la filosofía, la educación... El observador culto y sagaz que es el autor despliega su mirada incisiva sobre el mundo actual y, al cabo, hace, en buena medida, lo mismo que hacía Pío Baroja: utiliza Los invitados de la princesa para opinar sobre todo lo divino y lo humano. Los comentarios responden a una actitud acerca de la modernidad muy crítica, un tanto apocalíptica y próxima a un franco conservadurismo. Pero nada doctrinal porque la elegancia del escéptico, el gusto por la paradoja y la veta irónica evitan todo envaramiento. El resultado es un juguete narrativo. Humorístico, ligero, ocurrente y muy ameno. E intrascendente. O no. O no del todo.