Leopoldo Brizuela

Premio Alfaguara 2012. Alfaguara. Madrid, 2012. 276 pp., 18 e. Ebook: 9'49 e.

El argentino Leopoldo Brizuela (La Plata, 1963) era autor ya bien conocido por Alfaguara argentina, puesto que en ella publicó Inglaterra. Una fábula (1999); Lisboa. Un melodrama (2010) y el libro de relatos Los que llegamos más lejos (2002), aunque antes habían aparecido ya Tejiendo agua (1985) y el libro de poemas Fado (1995).



En Una misma noche podemos advertir un tema recurrente en la actual narrativa argentina: la introspección y, a la vez, denuncia de los desmanes de la represión en los años de las dictaduras, fruto de una nueva generación y perspectiva y, también, el uso generalizado de la técnica de la novela detectivesca, a cuya difusión tanto contribuyeron Borges y Bioy Casares. El protagonista, un imaginado novelista Leonardo Bazán, vive una experiencia apenas trascendente en 2010. Éste será uno de los tiempos en los que se desarrollará una parte de la novela. La otra transcurre en 1976. El espacio elegido será parte de un barrio de clase media, cuyo plano, incluso, se reproduce en la página 28. El protagonista en el tiempo de la llamada guerra contra la subversión cuenta tan sólo 12 años. Pero en 2010 es ya un narrador homosexual, que vive con su madre, que bucea en el pasado para descubrir claves casi perdidas en su memoria.



Dividida en tres partes: "Novela", "Memoria" e "Historia" apenas si pueden establecerse diferencias de forma o contenido, salvo que en la última los relatos de las torturas y desapariciones alcanzan un primer plano, porque el autor las ilumina. De hecho, Brizuela intenta descubrir razones morales para tales indagaciones: "¿Era igualmente culpable, y merecía igual castigo, el que mató y torturó que el que simplemente no se atrevió a enfrentar el horror? Y aun hoy, quien señalaba y se creía con derecho de ejercer el castigo, ¿podría creerse verdaderamente inocente? ¿O solo acusamos para no ver que el mal que habita en el otro también acecha en uno? Oh, solo podía salvarnos el don de la piedad./Piedad, pedí. Piedad./ Pero ya era muy tarde". Una razón de naturaleza casi existencial, pues, parece el objetivo de una indagación sobre un hecho fortuito que retrotrae al protagonista a ejercer una recreación del pasado.



Los indicios le conducirán hasta el horror. El análisis del comportamiento de su padre, un suboficial retirado de la Marina, con su feroz antisemitismo, le trasladará a las obsesiones de aquellos años. Este personaje encarna también la violencia contra su esposa y una difusa colaboración con quienes practican la represión. La familia que habita la casa contigua, los Kuperman, son de origen judío. Una imagen casi cinematográfica: la de su padre acompañando a "la patota" y penetrando en la casa vecina e intentando romper una puerta cerrada, no logrará olvidarla. Pero las confusiones de la memoria alteran los hechos. Ofrece hasta cuatro hipótesis sobre lo que pudo suceder.



Por otra parte, el narrador está viviendo en su tiempo el Facebook, Internet y el peronismo de Kirchner. A través de indicios tratará de recuperar hechos históricos, como el caso "Papel Prensa" o el comisario Camps. Tal vez su vecina Diana Kuperman acompañase a Goldenberg cuando el coche en el que viajaban fue arrollado. Éste era comunista, pero ella, en sus declaraciones en los "Juicios de la Verdad", cuando ya cuenta 69 años, describe sus vejaciones y sufrimientos durante dos años. La buscaron por su relación empresarial con Goldenberg en el tiempo del almirante Massera, cuando, con apenas un guiño, menciona de paso que Borges comió con el dictador Videla.



En la fotografía de la página 103, el entierro del capitán Hans Langdorff, el héroe del Graff Spee, el acorazado hundido por la flota británica ante el puerto de Montevideo, cree advertir a Macedonio Fernández junto a Xul Solar. Su padre le habría contado que también le conoció. Deducirá que fue en la ESMA (el complejo de enseñanza militar convertido en prisión, torturas y antesala de desaparecidos), ahora museo. Gracias a uno de sus alumnos, conseguirá visitarlo, rememorando aquel tiempo en el que se vivía "el miedo al miedo". Ni su madre ni sus vecinos, que habitan las casas del barrio y que buena parte de ellos sufren injustas detenciones, llevarán al protagonista, anotador de los horrores que irá descubriendo a lo largo de sus indagaciones, a una obvia conclusión: declararse contrario a la lucha armada.



Este periplo por el que desfilan jóvenes de hoy, que no llegaron a conocer años tan difíciles, viene a convertirse en un recordatorio confuso, la requisitoria contra un pasado que no debe olvidarse. Contrastan algunas páginas, como la narración onírica, ya al final, u observaciones, innecesarias, pero Brizuela domina la ingeniería del relato y la intriga comercial, aunque, como otros narradores argentinos, necesitaba hacer su personal ajuste de cuentas. "Cuaderno de bitácora" nos ofrece algunas fuentes. Quedan deliberadamente zonas en penumbra y una vanguardista puerta negra. Cada fragmento se inicia con una letra. ¿Todo un símbolo?