Prolongar aquel placer es posible si uno se acerca a este último título de la autora aragonesa, interrumpido por su muerte y recuperado para su edición (con acierto y con mimo) por la poeta y profesora Marta Angulo, quien respetó el texto aportando sólo, según confiesa, correcciones de puntuación y alguna "menudencia" de estilo. El final de una pasión es su título, y sugiere un último paseo por Bloomsbury y por el estado de ánimo de la escritora protagonista. Lo que puede leerse en estas páginas es un ejercicio de metaliteratura al convertirse la autora en la narradora de una ficción que relata cómo, yendo tras el rastro de aquellos lugares "donde habitaron los bloomsburies", encontró un manojo de cartas entre Virginia y su hermana Vanessa; en realidad confesiones cruzadas durante el verano de 1940.
Sobre ese motivo el libro se convierte en un testimonio que descubre intimidades y "chismes de amigos", así como obsesiones, rivalidades y afectos de esas dos mujeres de educación victoriana (a su pesar), que buscaron en el arte y la literatura un espacio de libertad que sirviera de refugio a sus respectivos anhelos. Siguiendo con la ficción, junto a ese supuesto legajo, otros papeles, con la voz única de la propia Virginia, pedían ser publicados si alguien los encontraba. Con ellos recomponemos la poética de la escritora inglesa. De ellos concluimos que dos sensibilidades, dos lenguajes, se solapan. Lo leemos en cómo la narradora construye el ánimo hundido del personaje, su forma de "soportar" la vida; su figura tantas veces rota... No hay duda de que en la inglesa encontró Navales su mejor tono narrativo. Este libro pone la palabra "fin" a esa búsqueda incansable de adjetivos para una personalidad sustantiva: "contradictoria, desgarrada y tierna, ingenua y aguda, mordaz y cándida". Ambas lo fueron, cada una en su estilo: dos autoras irrepetibles.