Atiq Rahimi. Foto: Óscar Monzón

Traducción de Elena García Aranda. Siruela. Madrid, 2012. 216 pp., 16'95 e. e-book: 8'54 e.

Hijo de un gobernador de la monarquía afgana, Atiq Rahimi (Kabul, 1962) huyó de Afganistán en 1984. Después de refugiarse en Pakistán, solicitó asilo político a Francia, que se lo concedió, permitiéndole escapar de la espiral de violencia que devastaba una de las zonas más problemáticas del mundo. Establecido en París, se doctoró en La Sorbona e inició una trayectoria artística que contempla la escritura y la realización audiovisual.



En 2000, regresó a Afganistán para dirigir la versión cinematográfica de Tierra y cenizas, su primera novela, que narra el viaje de un anciano y su nieto hacia su pueblo natal, arrasado por el ejército soviético. El reencuentro con su país le reveló que las heridas, lejos de cicatrizar, aún permanecían abiertas. Al contemplar a los señores de la guerra paseando por Kabul, se preguntó si experimentaban sentimientos de culpabilidad por el dolor que habían causado y recordó la famosa frase de Dostoievski en Los hermanos Karamazov: "Si Dios no existiera, todo estaría permitido". El fanatismo de los talibanes le convenció de que Dios se había convertido en el pretexto para justificar las peores infamias.



En 2008, Rahimi obtuvo el Premio Goncourt por La piedra de la paciencia, que relata las penalidades de la mujer bajo la sharia y, algo más tarde, llegó Maldito sea Dostoievski, un pastiche que juega con la trama de Crimen y castigo para recrear los conflictos morales y políticos de una nación maltratada por la guerra y la intolerancia religiosa. Rasul acaba con la vida de una alcahueta para librar a su novia de la prostitución. Escoge el mismo método que Raskolnikov: un hachazo en la cabeza, pero su conducta posterior no está marcada por la necesidad de expiación, sino por un sentimiento de vacío que evoca la desorientación de Meursault, incapaz de hallar un sentido racional al mundo.



Rasul evoca una vieja historia de su infancia para explicar su perplejidad. Durante una salida al campo con su padre, un funcionario comunista que le enviará a la Unión Soviética para completar sus estudios y aprender ruso, dos lobos les acosan, obligándoles a escapar a lomos de un asno, pero el asno actúa de una forma incomprensible. Se niega a caminar, avanza a trompicones y, finalmente, describe un círculo que les devuelve al punto de partida. Su confusión se parece a la de Rasul, que no se entrega a la justicia para ser castigado, sino para huir "del dolor de vivir". El juicio ante una estrafalaria corte islámica sólo pone de manifiesto la degradación moral de una sociedad cercada por el odio y la desesperanza. Rasul acepta la condena a muerte con satisfacción. Después de matar a la usurera, perdió la voz durante unos días, pero al recuperarla descubrió que el silencio reflejaba con más exactitud su cansancio vital. No le inquieta ser ahorcado, sino continuar en un mundo que no comprende. Está más cerca de Beckett o Kafka que de Dostoievski.



Atiq Rahimi escribe con una prosa limpia y fluida, evitando la retórica y el lirismo gratuito. Es un narrador de la estirpe de Coetzee: minimalista, preciso, incisivo. Maldito sea Dostoievski está ambientada en Kabul, pero no es una novela limitada por su marco geográfico y cultural. Rasul encarna los problemas de identidad de una generación que ya no cree en los grandes relatos. Sin convicciones políticas y religiosas, su escepticismo sólo se aplaca con la literatura o el arte. Rahimi afirma que una novela no puede cambiar el mundo, pero sí al lector que se interna en sus páginas. Desde ese punto de vista, Maldito sea Dostoievski se revela como una lección perdurable de tolerancia, dignidad y compasión. Dostoievski tal vez no nos hace más felices, pero sí más libres. Ningún libro sagrado nos ofrece algo semejante.