Image: Cuando se vacían las playas

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Novela

Cuando se vacían las playas

Eduardo Iglesias

28 septiembre, 2012 02:00

Eduardo Iglesias

Hermida Editores, 2012. 116 páginas, 16'30 euros

El donostiarra Eduardo Iglesias (1952) es un novelista original y paciente, y se hace desear por lo poco que se prodiga. Quizás otro ritmo de escritura más intenso sería imposible en alguien que concibe el relato como un ejercicio de fuerte creatividad. Iglesias no trabaja a favor del viento del día y sus asuntos tienden a una reflexión genérica sobre la naturaleza humana que vale para siempre, aunque el pálpito de las urgencias del presente también impulse la escritura. Así ocurre en Cuando se vacían las playas, cuya meta se diría que consiste en lanzar un mensaje moral a través de una fábula visionaria. Por ello, la novela produce una primera impresión inquietante y, a la vez, parece acercarnos a apuntes críticos de un mundo próximo.

Esta tensión entre ciertas dosis de experiencia común y un mundo entrevisto de corte orwelliano sostiene la novela, que nos planta de entrada ante una imaginería futurista. La historia que se cuenta se emplaza en el año 2036, fecha quizás demasiado cercana al hoy para la recreación de una realidad tan absolutamente deshumanizada. Poco importa esta relativa cercanía al presente porque el autor aplica mecanismos de la invención que suprimen desde el primer momento el inicial descreimiento propio de la fanta ficción. Enseguida atrapa al lector lo que se presume como una cálida historia de amor. Además, funciona como gancho el diseño del argumento dentro del cauce genérico de la novela policiaca: el detective J Solo tiene que encontrar a la joven desaparecida Lara Márquez.

La intriga no constituye, sin embargo, el soporte de la historia. Quien interesa es el propio detective, su grave crisis vital y profesional y sus interrogantes acerca del mundo, en los cuales la chica tiene un papel básico. De este modo, una novela a medias de suspense y de acción se dispara hacia otro norte, el de una doble reflexión: sobre el sentido de la vida, y sobre el valor de la libertad, con evidente voluntad de denuncia. A este fin sirve el múltiple medio espacial donde se desarrolla la anécdota. Por un lado está una Ciudad Amurallada regida por implacables normas dictatoriales. Por otro, la Ciudad del Siglo XX y el Parque de Atracciones, lugares tolerados adonde escapar en busca de la libertad y el ayer perdidos, y amenazados de segura demolición.

Iglesias evita la parafernalia habitual en esta clase de novelas catastrofistas y se centra en las incertidumbres de J Solo y Lara. Con motivos como el deber, la soledad, los celos... se trenza un sugestivo relato intimista que Pero esta base psicológica se inserta en una estructura de comedido vanguardismo que fractura la historia casi en escenas sueltas. Además, los relatos interpolados que Lara escribe dan a la anécdota dimensión alegórica. La sencilla historia externa, entre el verismo y lo poemático, se convierte en una vigorosa denuncia de la tiranía y en un canto a la libertad; en una hermosa y extraña parábola de seres fugitivos.