Nicole Krauss
La gran casa cuenta cuatro historias distintas narradas por otras tantas voces. El nexo de unión entre todas ellas es precisamente el escritorio, cuya custodia le fue encomendada a Nadia, la primera narradora. En 1972 Nadia conoció a un poeta chileno, Daniel Varsky, quien le dejó al cuidado de su mobiliario al regresar temporalmente a su patria. Pero Daniel fue víctima de la dictadura de Pinochet y nunca regresó. Décadas más tarde, una mujer, Leah Weisz, que dijo ser la hija de Varsky, solicitó el escritorio y Nadia se lo entregó sin saber quién era realmente Leah Weisz: "Había accedido con tanta facilidad a desprenderme de aquel mueble en torno al que había moldeado mi vida que hasta se podría pensar que lo deseaba fervientemente, que anhelaba liberarme de él al fin." (p. 273) Leah es la hermana de Yoav, de quien está enamorada Isabelle, otra de las narradoras. El padre de ambos, George Weisz, es un anticuario judío obsesionado en recuperar muebles de judíos asesinados por los nazis. Daniel Varsky recibió el escritorio de otra escritora, Lotte, fallecida, y su marido Arthur se convertirá en otro de los narradores. El cuarto narrador es otro viudo que intenta encontrar la paz interior mediante un emotivo monólogo interior en el que se revela su infinito amor por Dovik, "Dov", con quien no mantiene buenas relaciones.
La historia está narrada como si de un rompecabezas se tratara y es el lector quien tiene que encajar el cuadro completo. Tiempo y espacio adquieren un especial significado en tanto en cuanto la historia se va conformando según avanza el tiempo y transcurre la acción en escenarios distintos. Pero ¿existe realmente una historia? Lo dudo, y si así fuera sería la historia de un escritorio que nada tiene de especial a no ser los diecinueve cajones que tiene, uno de ellos eternamente cerrado, "lo bastante pesado para aplastar a alguien si le caía encima" y, que era "¡posiblemente el escritorio de Lorca, por el amor de Dios!" (p. 244).
Mas bien diría que nos encontramos ante cuatro historias de otros tantos personajes perseguidos por el pasado y atrapados en sus recuerdos. Nadia no logra entender la influencia que el escritorio tuvo en su vida, pero tal vez sea que continúa atrapada en aquel único beso de Daniel justo antes de partir a Chile: "No quiero recuperar el escritorio, sólo quiero… No acabé la frase porque no habría sabido decir qué quería" (p. 273). También está atrapado en sus miedos y fantasmas Arthur Berg, quien nunca logró entender a su esposa, que "era una especie de Triángulo de las Bermudas: cualquier cosa que entrara en su interior podía no volver a salir jamás." (p. 109). Incluso más dramática si cabe es la vida del padre de Dov, "Hijo mío. El objeto de mi amor y mi pesar…" (p. 237), trágica en este caso porque el pasado nunca puede cambiarse.
La ausencia de diálogo se traduce en un cierto tedio que acompaña algunos pasajes de la lectura y también tenemos de tanto en cuanto la impresión de encontrarnos ante un melodrama de considerables dimensiones. Pero todo ello queda superado en el momento que nos implicamos en la historia como si nosotros mismos fuéramos los artífices de la narración. Una narración en que lo obvio resulta complejo y lo más complejo -qué guardaba el cajón cerrado, por ejemplo- logra resolverse de la forma más lógica y natural.