Andrés Neuman. Foto: Daniel Mordzinski
No hay otro escritor en lengua castellana que a la edad de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) tenga una obra literaria de tanta calidad, variedad y amplitud. El autor hispanoargentino, afincado en Granada desde los 14 años, cuenta en su haber con libros importantes de poesía, novelas, cuentos, aforismos y un singular libro de viajes, además de su valiosa labor de antólogo de narrativa breve tanto española como hispanoamericana. Su trayectoria novelística llegó a la cumbre con El viajero del siglo (2009), ganadora del premio Alfaguara y el de la Crítica, una novela total, de alcance histórico en su implícita confrontación de la Europa postnapoleónica y la de nuestro tiempo.Hablar solos es la quinta novela de Neuman, que ha rebajado aquí la extraordinaria ambición de la anterior para concentrar el interés en la exploración de conflictos individuales encarnados en personajes comunes que componen dos triángulos clásicos. En uno se abordan las relaciones paternofiliales, formado por los padres, Elena y Mario, y su hijo Lito; el otro constituye una variante del tradicional triángulo amoroso, compuesto por Elena y su marido, más el médico que atiende a Mario, enfermo, y se convierte en amante de ella. Los personajes del primer triángulo expresan su visión por medio de tres voces cuyo discurso va componiendo la novela en capítulos alternantes con los títulos respectivos de "Lito", "Elena" y "Mario", simetría que se trunca en el que debería ser el último, el que correspondería al número 15 y que falta por fallecimiento de quien tenía que contarlo (Mario).
Esta composición tripartita, que permite completar la historia desde tres perspectivas complementarias y genera el movimiento del texto como si avanzase impulsado por tres palas de una hélice, está muy lograda en todos sus aspectos. Pues cada personaje observa, reflexiona y narra en primera persona su experiencia como integrante de una historia común, generando un texto que se singulariza por sus propias características en cada caso. Así la narración de Lito acoge motivos de modernidad adecuados a su corta edad -10 años-, como, por ejemplo, su afición a las nuevas tecnologías -sms, chats, Youtube...- y una sintaxis entrecortada con frases muy sencillas. La de Mario llena los capítulos más cortos con monólogos y monodiálogos que acaban siendo dirigidos a su hijo ya desde el hospital. Entre ambas narraciones se incluye la de Elena en capítulos más largos.
Al cabo, entre sus temas universales de amor y muerte, Hablar solos es una novela de la soledad -como queda resaltado ya en el título-, la amargura y el desengaño, como se refleja en la decisión final de Elena, en un desenlace abierto y absurdo, como la vida misma. Sus valores formales nacen de la interrelación complementaria de sus tres voces narradoras construidas con una estética de elementos mínimos, con múltiples homenajes a grandes maestros, desde Rulfo y Benet hasta Bolaño, pasando por Ana María Matute, de la cual se hace un admirable aprovechamiento intertextual de un microrrelato incluido en Los niños tontos, armonizando su lectura con el conflicto vivido por madre e hijo, muerto ya el padre (págs. 131-132).