Ken Follett. Foto: Mikel CG.

Traducción de ANUVELA. Plaza & Janés. Barcelona, 2012. 960 pp. 24'90 e. ebook: 16'99 e.

Ken Follett (Cardiff, 1949) no crea literatura perdurable y eso lo sabemos usted, yo y Ken Follet. También sabemos que los suyos son libros escritos en diagonal, pero resulta que Los pilares de la tierra sigue comercialmente viva desde hace veintitrés años en un mundo que no sabe computar la perdurabilidad de otra manera. Ese fenómeno editorial calculado acabó, sin embargo, causando un efecto real en la vida de muchos lectores. Es algo que no se logra sin algún tipo de talento. Por desgracia, El invierno del mundo se venderá bien por pura rutina, porque no es más que un libro rutinario. Quien esté dispuesto a leer una narración comercial eficaz va a toparse con un aluvión de páginas de escaso carisma, previsibles, alicaídas.



En un intento de dibujar el panorama de las décadas 30 y 40 del siglo XX, El invierno del mundo nos lleva de Berlín a los Estados Unidos, y de allí a Londres, Francia, la Unión Soviética o España, en los años del ascenso de Hitler, de nuestra Guerra Civil y de la Gran Guerra europea, hasta alcanzar los primeros compases de la Guerra Fría. Las peripecias incluyen a un socialista que se enrolla con la esposa de un aristócrata y diversas revelaciones sobre quién es el padre de quién. Folletín puro, y no me atribuyan una sonrisita condescendiente: con esto se puede hacer algo divertido. El problema es que aquí no funciona. No hay imaginación ni pericia ni audacia. Sólo agradezco algunos golpes de ironía, como esta sentencia definitiva sobre la Alemania nazi: "ya no usan manteles".



El relato histórico es tan epidérmico como, eso sí, solvente. Aparece todo lo básico que debe saberse sobre el período, animado por un no muy molesto aliento laborista. Es una lección actualizada, que ya recoge los excesos de los bombardeos aliados sobre suelo alemán además de los temas canónicos: el miedo como herramienta para hundir democracias débiles, los devaneos nazis de Inglaterra y Europa, el terror stalinista, etc. Incluso se nos explica que el franquismo fue un régimen criminal pero no fascista porque "asesina a gente en beneficio de la Iglesia católica y de la vieja aristocracia, pero no para crear un mundo nuevo". Qué alivio. En todo caso, pocas páginas se sobreponen a la pedagogía burocrática, y las únicas que sí lograron interesarme tienen que ver con asuntos británicos: un enfrentamiento de ciudadanos con los fascistas de Mosley en las calles de Londres y la expropiación de los jardines del conde Fitzherbert por parte del primer gobierno laborista de posguerra. En esos pasajes late el entusiasmo del súbdito Follett, y se nota.



El invierno del mundo es anodina en su propia liga. En el año de 50 sombras de Grey, que pese a ser un espanto permite concebir artículos ingeniosos (puede que lo peor del último Follett sea obligarme a escribir una reseña tan predecible), y cuando Robert Harris ha publicado la estimable El índice del miedo, título que complacerá a Paul Virilio, esta aproximación desafortunada al núcleo del siglo XX ni siquiera está en condiciones de ser el best-seller-que-hay-que-conocer de la temporada.