Alianza. Madrid, 2012. 424 páginas. 22 euros

Desde una rigurosa y completa formación en disciplinas tan ajenas a la literatura como la Ingeniería, el Derecho y la dirección de Empresas, Manuel Pimentel (Sevilla, 1961) lleva años manteniendo una posición discreta, pero constante, con propuestas narrativas de diversa índole, de honestas pretensiones y modesta acogida, pero de ejercicios hechos siempre con el rigor del humanista volcado en diferentes saberes. Lo que ofrece en El decálogo del caminante reafirma esa posición, con el subrayado de que quizá sea uno de sus propósitos más comprometidos, no tanto por el valor de ficción literaria, sino por la idea que abraza: un teorema de la supervivencia en la difícil situación económica y social en la que ahora vivimos. Su nueva novela se suma así a la corriente de pensadores (Gardner, Robinson, Marina,) que abogan por la educación del talento y de la creatividad como resortes personales para superar los obstáculos que frenan el despegue de tantas vidas.



Esta es la tesis que convierte en materia de su último libro; y a pesar de que todo el universo narrativo se somete a ella, lo que conduce a simplificar la complejidad del proceso narrativo y a excesivas concesiones al discurso que explicita cada una de los diez enseñanzas sobre las que asciende la experiencia vital del "héroe novelesco", erigido en ejemplar personaje de la aventura iniciática que representa su despegue vital, recomendamos leerla como lo que en realidad es: una fábula moral con final feliz. Y en ese sentido es amable, optimista, y grata. Su argumento se sostiene en el testimonio de Stefan (el "caminante"): hoy un hombre de 55 años, satisfecho del éxito social y el triunfo profesional, no tanto de su vida emocional, lo que le empuja a relatar el episodio vivido 25 años atrás, cuando era un joven redactor, sin trabajo y sin horizonte, y tropezó con una red de misteriosas circunstancias en torno a una mujer mayor, "Sara Elly". Con motivo de tan inusual encuentro, pues ella tenía entonces 70 años y se ofreció a aleccionarle en la "sabiduría del caminante", él fue trasladando sus lecciones a un cuaderno que acabó por convertir en su bitácora y fue marcando el rumbo de un innovador proyecto profesional. En el proceso, Stefan se fue involucrado en su aventura personal, conocerse y aceptar su mundo, elegir una ruta, vivir y luchar por ella. Pimentel se erige en observador reflexivo que determina y dictamina, con su decálogo, los sumandos necesarios para ganarle la partida al "nuevo mundo" y hallar, así, la "tangente de la felicidad".